Pablo de Valladolid – Diego Velázquez

1632-1633, óleo sobre lienzo,  209 x 123 cms, Museo del Prado.

Pablo de Valladolid  era uno de los denominados «hombres de placer», destinados a divertir a la familia real en la corte. El cuadro fue titulado «El cómico» porque, por su aspecto declamatorio y la expresión nada grotesca del rostro y su actitud, se le tomaba por un actor.

El catálogo del Museo del Prado lo describe como «todo vestido de negro, pintado sobre un fondo claro, bello efecto». Ésta es una gran novedad: Velázquez no quiere dividir, ni siquiera con una línea, pavimento y fondo, cosa que sería normal para una aparición celeste, pero totalmente insólita en un retrato.

En 1865, Édouard Manet escribe desde Madrid a un amigo que: «Quizá el trozo de pintura más asombroso que se haya realizado jamás es el cuadro que se titula ‘Retrato de un actor célebre de la época de Felipe IV ‘. El fondo desaparece. Es aire lo que rodea al personaje,  vestido todo él de negro y lleno de vida».

La lección de Velázquez,  definido por Manet como «peintre des peintres» (pintor de los pintores), fue aplicada por el artista francés  en su cuadro «El pífano» (París, Musée d’Orsay) , relaizado en 1866: aquí, el joven músico se encuentra en un espacio neutro, sujeto al suelo sólo por la sombra de sus propios pies.

En un espacio singularmente indefinido, en el cual no se dibujan las líneas del pavimento, el bufón posa como un actor. Artistas de épocas posteriores, entre ellos Goya, se entusiasmarán por esta obra maestra,  en especial por el fondo de tonos de un gris luminoso, que con el tiempo se transformarían en un feo ocre.

Como prescribía a los caballeros la rígida etiqueta de la corte, el traje es negro con cuerpo y mangas acuchillados o bordados,  golilla blanca  y capa terciada con cierta elegancia. A los actores les estaban prohibidos los trajes con hilo de plata y los cuellos de encaje, mientras que los bufones solían vestir con más libertad.

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