La reina Mariana de Austria – Velázquez

1652-1653, óleo sobre lienzo,  231 x 131 cms, Museo del Prado.

Mariana de Austria, hija del emperador Fernando III y de la infanta María, hermana de Felipe IV,  nació el veintiuno de diciembre de 1634 y murió el dieciséis de mayo de 1696. Con apenas quince años se casó, el siete de octubre de 1649, con su tío Felipe IV,  entonces viudo de la reina Isabel de Borbón.

Según la mayor parte de los historiadores, el cuadro se puede fechar alrededor de 1652 o, como muy tarde, en los primeros meses de 1653. Una copia de taller, que pasó del Palacio de Shonnbrunn al Kunsthistorisches Museum de Viena,  fue enviada al archiduque Leopoldo Guillermo el veintirés de febrero de 1653, de modo que el original tuvo necesariamente que terminarse antes de esa fecha. Esta obra tiene la  misma historia que su pareja o «pendant», «Felipe IV  en atavío militar», y llegaron juntas al Prado.

Una versión un poco más pequeña (209 x 125 cms) del retrato de Mariana se menciona en el Alcázar de Madrid en 1734 y luego en el Prado. Tras el intercambio realizado en 1841 entre Francia y España, dicho cuadro es ahora propiedad del Louvre.

Muchos críticos de arte la juzgan obra autógrafa: Sánchez Cantón mantiene que es el retrato original pintado en 1652. Allende-Salazar, López Rey y otros, por el contrario, la consideraron obra de taller tal vez con participación de Velázquez. Sea como fuere, la versión del Prado es la que se tiene generalmente por la original.

La gama cromática, negros, rojos, blancos y grises, avivada  por el oro, es extremadamente sutil en su delicadeza. Llama sobre todo la atención  del espectador el lazo rojo junto a ambas manos, que acentúa los negros y grises del miriñaque (armazón circular de aros de metal o mimbre que se ata a la cintura de la mujer con cintas, llega hasta los pies y se coloca bajo una falda larga para ahuecarla; fue un soporte del vestido de gran popularidad hasta principios del siglo XIX), mientras que las joyas doradas hacen destacar los grises,  los negros y blancos  del corpiño. Se puede observar una vez más cómo el asombroso estilo de este retrato  recuerda los modos de los impresionistas posteriores.

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