1650, Óleo sobre lienzo, 140 x 120 cms, Roma, Gallería Doria Pamphili.
Contexto de la obra
El Papa Inocencio X nació en 1576 y murió en 1655. Velázquez ejecutó probablemente el cuadro en el otoño de 1650, durante su estancia en Roma. Parece que el papa quedó tan satisfecho de la obra (¡Demasiado real!, se dice que exclamó) que ofreció al artista una altísima compensación, rechazada por Velázquez porque estaba en misión por cuenta de su rey, aceptando sin embargo la medalla del pontificado y una cadena de oro, que recordó hasta la muerte.
La comparación de esta obra maestra con la obra de Tiziano «El papa Paulo III Farnesio con sus sobrinos Alejandro y Octavio Farnesio» pone de manifiesto cómo el uso del color y la sensibilidad del toque de Velázquez evocan sin duda la técnica veneciana «tizianesca».
Lionello Venturi ha escrito que un retrato puede ser histórico o poético. Éste es ambas cosas a la vez, ya que Velázquez utiliza su impresió visual inicial para dar vida en el lienzo a una imagen del rostro modelada de manera realista.
De este modo, toda la verdad y la humanidad del sujeto son plenamente reveladas. Fue así como Velázquez aportó aires nuevos a la retratística española, antes de él cada vez más estéril y decadente.
En este caso, la gama de los rojos, uno de los colores más difíciles de utilizar en pintura sin caer en contrastes vistosos o en la vulgaridad, es difuminada, combinada y resumida en una armonía cromática rara vez igualada.
El perfecto resultado que se obtiene es de tal esplendor, densidad, riqueza y delicadeza, a pesar de la aparente tosquedad del modelo, que se puede afirmar sin lugar a dudas que este cuadro es una de las obras maestras del arte español.
Comentario del «Retrato del Papa Inocencio X» de Diego Velázquez
Durante su segunda estancia en Roma, se le confió a Velázquez la efigie papal, un privilegio para un pintor no italiano. Sucedió así a Rafael y Tiziano en 1650, año de jubileo.
El pintor español Velázquez respetó la composición convencional: el sumo pontífice está sentado, engalanado con las vestiduras sacerdotales rojas y blancas. El artista convirtió estas exigencias en un triunfo formal, pues jugó con una compleja gama de rojos para resaltar la profundidad mediante fluidos contrastes.
La utilización de una pincelada gruesa para las partes blancas le permitió ajustar los reflejos a los contornos de los motivos. El rostro del papa, de líneas vigorosas, refleja un carácter autoritario.
Una expresividad ambigua, entre connivencia y poder, refuerza una innegable presencia psicológica. En su mano izquierda, el papa sostiene una hoja en la que el pintor inscribió su nombre, la identidad del modelo y la fecha de realización del encargo.
A pesar de la libertad en la ejecución, esta tela conquistó a Inocencio X y pronto llegó a ser muy célebre. El pintor británico Francis Bacon, en la década de 1950, se enfrentó con este motivo al encerrar la imagen de Velázquez en una jaula para expresar la caída, el grito y la desesperación de la especie humana.
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