Ulises y Circe – Juan de la Corte

Ulises y Circe con sus acompañantes  se encuentran en una isla de Eolia, en el palacio de la princesa, en una amplia galería abierta de bella traza arquitectónica, flanqueada por columnas  decoradas con capiteles corintios y atlantes.

Comentario de la obra «Ulises y Circe» de Juan de la Corte

La espaciosa bóveda de medio cañón deja sitio a una puerta con frontón  clásico y adornos de bolas en el centro y en los extremos. Un jardín se ve a través de los amplios vanos.

El asunto y el autor eran desconocidos en los inventarios de la colección del Banco Urquijo, de donde procede. El tema narra el infortunio de Ulises al arribar a las tierras de Circe, la mítica bella bruja.

El pintor toma la historia de la «Odisea» de Homero, cuando huyendo de la muerte de los soldados llegan a la isla de Ea. «En silencio acercamos la nave hasta el puerto abrigado -escribe Homero- donde entramos, pues una deidad hasta allí nos condujo».

La avanzadilla del ejército del héroe llegó al palacio. La reina los cautivó y convirtió en cerdos; sólo se salva Euríloco, que avisó a Ulises, quien estaba advertido por Hermes, y éste le dio un antídoto para evitar el maleficio.

El encuentro es la secuencia que toma el artista, cuando se retira el dios  y entra en la morada de Circe: «Al entrar me asaltó el corazón más que mi pensamiento.

Me paré en el portal de la diosa  de rizos bellísimos y llamé desde allí y advirtió mi llamada la diosa y la puerta brillante me abrió y me invitó a que acudiera, y al seguirla, iba mi corazón anegado de pena» (Homero: «Odisea»). 

El asunto lo trató Calderón de la Barca, y anticipa problemas de la filosofía del siglo XVII.  Sigue en su obra a los teólogos jesuitas formados en el pensamiento agustiniano y tomista; así, la interpretación simbólica de Ulises y Circe representarían al hombre y la culpa, respectivamente. De hecho, Juan de la Corte se hizo eco de las piezas literarias de Lope y Calderón: «Circe», «Los encantos de Circe» y «El mayor encanto: Amor», representadas en el Buen Retiro entre 1635 y 1639.

En la narración de Homero  hay sillas y copas en las estancias, pero el pintor las desnuda para complacer mejor la amplitud de la perspectiva del palacio. La profundidad se contrapesa con la fila de las jóvenes con la diosa, el héroe y su comitiva.

La habilidad en esta modalidad de la pintura era conocida  por el crítico Palomino, que veía un hábil «pintor de países, batallas y perspectivas».

En la solicitud de la plaza de pintor del rey, escribía ser «natural de los Estados de Flandes, donde aprendió y ejerció su arte muchos años, profesando en particular arquitecturas, batallas y países» (Martín González: «Sobre las relaciones entre Nardi, Carducho y Velázquez «).

La indumentaria y gestos responden a sugestiones manieristas, quizá através de grabados de maestros nórdicos afines a esta línea, sin descartar la influencia del teatro.

Muy posiblemente la arquitectura está inspirada en grabados. El tema mitológico fue tratado por el pintor en una larga serie de cuadros para el Palacio del Buen Retiro, según consta en el Inventario de 1700.