La adoración de los pastores – Murillo

1650, óleo sobre lienzo,  187 x 225 cms, Museo del Prado.

Comentario y análisis de la obra «la adoración de los pastores» de Bartolomé Murillo

Es la primera de sus versiones sobre este tema. Es algo posterior a la «Sagrada Familia del pajarito», pues es de factura más avanzada. Asimismo se considera que con esta obra el artista sevillano cierra una etapa juvenil que se habría iniciado con la serie del claustro chico de san Francisco. 

Para su  composición bien pudo haberse inspirado en una estampa del retablo del convento de san Isidoro del Campo (Santiponce, Sevilla), del escultor Martínez Montañés.

En cuanto a la elección de algunos motivos, la principal referencia podría ser la «Adoración de los pastores» de Ribera de 1643, hoy destruida. Es por tanto una obra de los años de formación, en los que el interés del pintor  por los contrastes lumínicos y el tenebrismo es todavía acusado.

Estas influencias, sin embargo, no son impedimento para que Murillo componga una pintura en la que su huella es inconfundible. La escena está iluminada con fuerza desde el ángulo superior izquierdo, concentrándose la luz en la hermosa pareja de la Virgen y el Niño, que resalta delicadamente sobre un cromatismo de tonalidades ocres,  pardas y rojizas.

Los pastores y san José observan piadosamente cómo María muestra a su hijo desnudo, en torno al cual se agrupan todos los personajes del lienzo. En primer plano, un pastor arrodillado, con las plantas de los pies polvorientas y arrugadas al modo de Caravaggio, se contrapone positivamente a la figura arrodillada de la Virgen, mientras que san José sirve de eje compositivo. 

La figura de este pastor parece ser la misma que la de uno de los mendigos de «San Diego dando de comer a los pobres». Las gallinas y el cordero son buena muestra de la gran habilidad de Murillo como pintor de animales, faceta que cultivará durante toda su vida desde un punto de vista puramente anecdótico y pintoresco.

El cuadro entra en las colecciones reales en 1764, año en que el pintor inglés Kelly lo vende a Carlos III. En 1813 figura en el Museo Napoleón de París y en 1819 es adquirido por el Prado.

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