Santa Ana enseñando a leer a la Virgen – Murillo

1650, óleo sobre lienzo,  219 x 165 cms, Museo del Prado.

Comentario y análisis de la obra «Santa Ana enseñando a leer a la Virgen» de Murillo

El tema, muy querido por los pintores sevillanos,  alude a un episodio de la infancia de la Virgen  extraído de los evangelios apócrifos. 

Los tratadistas de la época, entre ellos Francisco Pacheco, maestro de Velázquez y autor del tratado de pintura más importante del siglo XVII, lo condenaron de forma unánime, pero no pudieron evitar que fuera muy apreciado por el pueblo de Sevilla.

Para un realización, Murillo introduce en un mismo espacio pictórico varios niveles de realidad. Por un lado,  la realidad cotidiana de una madre que ha abandonado sus labores de costura para enseñar a su hija.

Por otro, un espacio arquitectónico de columnas y balaustradas de inspiración clásica que sitúan la escena en un lugar indeterminado, lejos en cualquier caso de un ámbito doméstico.

En tercer lugar, un espacio alegórico formado por los dos angelitos que coronan a la Virgen Niña. La gran maestría de Murillo consiste en haber fusionado de manera armónica estos tres niveles de realidad.

En el momento de pintar el cuadro circulaba por la capital andaluza una estampa de Bolswert tomada de la obra de Rubens «Santa Ana enseñando a leer a la Virgen», del Museo de Amberes.

Parece más que probable que el telón arquitectónico del fondo y el conjunto de los ángeles, los tomara Murillo de la estampa del pintor flamenco. No obstante, y como será una constante a lo largo de toda su obra, el pintor sevillano no copia, sino que reinterpreta con libertad y personalidad propias.

En este caso, Murillo suprime la figura de san Joaquín, esposo de santa Ana, y concentra toda la fuerza del cuadro en el silencioso y reflexivo diálogo entre madre e hija.

Contribuyen a crear una sensación de sosiego, serenidad y armonía el uso de una paleta clara y una distribución de la luz homogénea y poco violenta, que llevó a algunos críticos a situar esta obra en los años setenta. 

Una pequeña flor de lis visible en el extremo inferior del lienzo indica que el cuadro perteneció a Isabel de Farnesio, gran coleccionista de la obra de Murillo.

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