1668, óleo sobre lienzo, 283 x 188 cms, Museo Provincial de Bellas Artes de Sevilla.
Comentario de la obra «Santo Tomás de Villanueva dando limosna» de Murillo
Debió de ser uno de los últimos de la serie para la iglesia de los Capuchinos de Sevilla y fue colocado en la capilla más próxima a la de san Francisco.
La presencia de un santo agustino en una iglesia franciscana se explicaría por la devoción al santo arzobispo de Valencia en la comunidad de frailes de origen valenciano del convento.
Refuerza la elección del tema la vida paralela de los dos santos, que abandonaron sus bienes materiales para dedicar su vida al servicio de Dios y de los pobres.
Palomino, considerado el Vasari español, cuenta que Murillo apreciaba este cuadro por encima de todos los demás de su mano y se refería a él como «su lienzo».
Su estima por este óleo está más que justificada, pues alcanza en él una de la cimas de su pintura. Recoge un episodio característico de la vida de santo Tomás de Villanueva, el reparto de limosna, una de las obras de caridad típicas de la orden franciscana.
La escena se desarrolla en el interior de una imponente arquitectura clásica, cuya profundidad se intensifica mediante una sucesión de planos alternados de luz y sombra.
La elegante figura del santo domina la composición, con la fortaleza moral del hombre piadoso que no puede hacer más para evitar el sufrimiento de su pueblo que repartir limosnas.
Los desdichados que hacen cola para obtener la dádiva están pintados con un intenso naturalismo que no escatima en detalles de gran dureza, como se aprecia en el desgarrador retrato del niño tiñoso.
El tullido arrodillado, resuelto en un admirable escorzo, puede considerarse entre las mejores figuras de toda la pintura de Murillo. No deja de sorprender cómo el pintor es capaz de interpretar el mundo que le rodea y elevar la vulgaridad al rango de la elegancia, incluso manteniéndose fiel a la representación naturalista de lo feo y lo deforme.
Completa la grandeza de la obra la pareja pintada a contraluz, cuya alegría contrasta con la expresión preocupada de los mendigos que hacen cola. El niño le enseña la manita a su madre con las monedas que le ha dado el santo.
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