Tras más de cuarenta años de dedicación a la enseñanza en sus famosas escuelas de Nueva York y Providencetown (Massachusetts) entre otras, Hans Hofmann cerró su instituto y se entregó fundamentalmente a su propia pintura.
El hecho de que en los ambientes del expresionismo abstracto fuera más conocido como influyente profesor que como artista contribuyó a que no se presentase con más frecuencia en exposiciones individuales hasta la etapa final de su carrera, cuando ya tenía más de sesenta años.
Comentario de la obra Pompeii de Hans Hofmann
Irving Sandler señaló que esta recepción tardía se debía también al clima cultural de Nueva York en los años cuarenta y cincuenta.
Por una parte, para los comisarios y los colegas más jóvenes, la pintura de Hofmann estaba excesivamente vinculada a la herencia francesa del cubismo y del fauvismo; por otra, sus manifestaciones artísticas y escritas de tono optimista no acababan de encajar en un entorno de pintores como Adolph Gottlieb, Barnett Newman y Mark Rothko, quienes insistían en que los temas de su arte eran «trágicos e intemporales».
William Seitz, responsable de una amplia retrospectiva de Hofmann en el MOMA organizada en 1963, señalaba: «En su larga carrera de pintor, profesor y teórico es difícil encontrar una pincelada o una palabra de melancolía, amargura, ironía o desencanto».
Hofmann sería el «hedonista del expresionismo abstracto«, calificativo con el que Irving Sandler aludía a otro «hedonista» europeo: Henri Matisse, con quien Hofmann había estudiado en París.
En su ensayo «Search for the Real in the Visual Arts» («La búsqueda de lo real en las artes visuales «), de 1948, Hofmann redujo todos los principios pictóricos al concepto todavía hoy vinculado a su nombre: «En sentido pictórico, la profundidad no se consigue disponiendo sucesivamente los objetos en dirección a un punto de fuga, como sucedía en la perspectiva del Renacimiento, sino por el contrario (en oposición total a esta doctrina) creando fuerzas en el sentido del «push and pull» («empujar y tirar»)».
Como en pintura es imposible conseguir una «profundidad real» agujereando la tela, Hofmann rechazaba la ilusión de la perspectiva y en su lugar insistía en acentuar su carácter plano y bidimensional.
Los efectos especiales únicamente deberían obtenerse a través de contrastes de color, como los utilizados en «Pompeii» («Pompeya»): rectángulos horizontales en disonantes tonos rojo, naranja y magenta contrastan con acentos en verde, azul y turquesa, y dan lugar a una dinámica visual sin alterar la impresión de una superficie similar a un muro.
El título del cuadro y el predominio de las tonalidades cálidas evocan la vieja ciudad mediterránea destruida el año 79 d.C. Por la erupción del volcán Vesubio.
Una de las fuentes más importantes de la concepción artística de Hofmann es un texto del escultor alemán Adolf von Hildebrand, «Das problem der form in der bildenden kunst» («El poblema de la forma en las artes plásticas») de 1893, que dio a conocer al público estadounidense.
La actividad pedagógica de Hofmann no sólo se dejó sentir en el trabajo de una generación de pintores estadounidenses más jóvenes; también marcó definitivamente la crítica estética formalista, que tuvo su expresión más significativa en los textos de Clement Greenberg, quien señaló en repetidas ocasiones las sugerencias que le facilitaron las disertaciones de Hofmann.