1646, óleo sobre lienzo, 180 x 450 cms, Museo del Louvre.
Quizá sea ésta la obra más popular de la serie del claustro chico del convento sevillano de san Francisco, amén de la que mejor incorpora notas del que será a la postre el inconfundible estilo de Murillo.
Constata la fama del cuadro el hecho de que Davies, biógrafo del pintor, tratase inútilmente de llevársela a Londres, antes de la invasión francesa, para restaurarla con los fondos obtenidos de su exposición pública.
Durante la Guerra de Independencia, el lienzo, al igual que otros de la misma serie, fue sustraído de España por el mariscal Soult. En 1858 se vendió al Louvre por la nada desdeñable cifra de ochenta y cinco mil francos.
Mucho se ha discutido sobre el tema del cuadro. Las primeras interpretaciones hablan de un milagro de san Diego, aunque se le desconoce milagro alguno relacionado con la cocina de un convento.
La correspondiente octava al pie del lienzo menciona a un tal Francisco, por lo que pudiera tratarse de un milagro atribuido a fray Francisco Pérez, antiguo fraile del monasterio, famoso en toda la ciudad por su devoción.
La escena narra el episodio en el que, estando este fraile levitando en éxtasis, es sorprendido por dos caballeros y dos hermanos franciscanos.
Encargado de la cocina del convento, fray Francisco, que ha descuidado sus tareas, es ayudado por ángeles y querubines, que atienden los fogones y preparan las viandas.
El cuadro, apaisado y de proporciones considerables, permite a Murillo demostrar sus dotes en una composición espacial compleja y en la construcción de una escena más próxima a la pintura de género que a la puramente religiosa, como refleja el detallado estudio de los bodegones.
De hecho, el éxito de este popular cuadro en la Sevilla del siglo XVII, radica en la acertada fusión entre lo material y lo celestial; tipos humanos y figuras seráficas se mueven en un ambiente que resulta muy familiar.
Un estudio detallado del lienzo revela la influencia de Velázquez y Zurbarán, así como un conocimiento de la pintura de Tiziano y Van Dyck, que habría servido de base para la realización de los ángeles y querubines.
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