El grabado

El grabado apareció en Occidente a mediados del siglo XVI  y el realizado en cobre se desarrolló en el siglo XVI,  especialmente gracias a Durero. En el siglo XVII , el metal grabado al buril o por aguafuerte constituyó el medio de expresión predilecto de los artistas.

Si bien la técnica de la talla dulce resultaba ideal para la reproducción de cuadros o para el retrato, el aguafuerte se utilizaba por su ductilidad, así como por su riqueza y su espontaneidad expresivas..

Un medio omnipresente

Con bastante anterioridad a la fotografía , el grabado desempeñaba una función ilustrativa y documental. Cada vez más presente en el mundo moderno, se fue propagando entre los particulares (retratos de hombres ilustres, imágenes devotas), en las calles (carteles), en las bibliotecas y en las universidades (ilustraciones de libros, pruebas de imprenta, mapas geográficos, etc), en los escritorios (planos de batalla, calendarios) y en los bolsillos (naipes, grabados eróticos).

Desde la aparición del papel, en el siglo XIV, el grabado se presentó como una herramienta eficaz y de bajo coste para la difusión del pensamiento. Pero la estampa podría ser también una herramienta de propaganda. Luis XIV, por ejemplo, empleó profusamente esta técnica, puesto que permitía celebrar sus éxitos militares y políticos.

La reproducción de cuadros y obras de arte

Desde el Renacimiento,  el grabado se usó para la reproducción de grandes obras maestras. En el siglo XVII esta práctica era muy apreciada. Si bien implicaba una labor lenta y difícil, la realización de la plancha resultaba  muy rentable, ya que permitía un gran número de reediciones.

Se conocen, por ejemplo,  más de tres mil ejemplares de un grabado según Poussin. Este procedimiento propició un gusto un tanto estereotipado (solamente se grababan las obras más conocidas) y condujo la mayoría de las veces a la deformación progresiva de los modelos originales. En las artes decorativas, la estampa ocupó un lugar determinante.

Al inspirarse en escritores ilustrados, los artistad encontraron nuevos repertorios formales e iconográficos para la decoración de los castillos, del mobiliario, de la cerámica y del vitral.

Obras de arte autónomas

En el transcurso del siglo XVI,  el grabado llegó a ser, más que una herramienta, una obra de arte en sí misma, de modo que adquirió un verdadero estatus artístico.

Jacques Callot, primer grabador que alcanzó renombre por esta actividad, fue uno de los iniciadores de esta evolución.  Aparecieron en la escena artística los pintores grabadores (Rembrandt, Claudio de Lorena).

Utilizaban las propiedades del aguafuerte para grabar  según su propia fuente de inspiración  e independientemente de su producción pictórica. Ciertas tiradas  alcanzaron incluso precios muy elevados.

Así, una copia particularmente esmerada del «Cristo sanando a los enfermos» de Rembrandt se conoce como la «pieza de cien florines», precio que jamás había sido alcanzado por un grabado.

Algunos de los grabados más importantes

Anatomía, de Andrés Vesalio. Biblioteca Nacional de Francia, París.

el grabado

En la edad media, la sociedad consideraba el cuerpo y el alma como indisociables, por lo que las disecciones eran reprobadas. Ya en el siglo XVI, si bien la disección aún constituía una práctica clandestina, comenzó a suscitar un interés real, de modo que las primeras planchas anatómicas aparecieron en las tiendas de los barberos y de los cirujanos.

Vesalio, el más célebre anatomista del Renacimiento, publicó en 1543 «De humanis corporis fabrica», en el que revelaba las estructuras internas del cuerpo. Fue el primero en comprender cuán importante  podía ser la iconografía para el cuerpo médico, de manera que confió sus planchas al grabador Van Calcar.

Estas planchas apasionaron tanto a los hombres de ciencias como a los artistas, por los que se copiaron durante más de tres siglos.

Fausto, de Rembrandt, en 1652. Museé du Petit Paláis, París.

Los grabados de Rembrandt son, ante todo, el fruto de su extraordinario espíritu de invención. En sus últimas obras se puede apreciar una violencia y una fogosidad nuevas.

En este sorprendente y misterioso grabado, Rembrandt trabajó minuciosamente la profundidad de las sombras. Dejó la mitad del grabado en una profunda oscuridad e hizo vibrar las zonas de luz.

De este modo tradujo con precisión la atmósfera  cabalística del escritorio donde el célebre doctor vendía su alma al diablo a cambio de cien florines.

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