Artemisia – Rembrandt Van Rijn

Una sola obra indudable posee el Prado del más grande de los maestros holandeses, pues un Autorretrato adquirido en 1940 no ha sido aún aceptado por los especialistas, que lo consideran más bien excelente copia antigua.

Comentario de la obra «Artemisia» de Rembrandt Van Rijn

Pero la llamada Artemisa si es, a los ojos de todos, una de las obras maestras del gran pintor. Rembrandt es, sin duda, uno de los más grandes artistas de la historia de la humanidad.

Su producción, muy extensa y variada, abarca todos los géneros con una peculiar visión del ambiente, en contacto con las comunidades judías y protestantes, y a través de su sensibilidad, primero opulenta, ostentosa, barroca también a su modo, y luego cada vez más sombría, dramática, angustiada casi.

Rembrandt utiliza la luz como factor fundamental, al estilo de los tenebristas, pero la interpreta de un modo nuevo, misterioso y casi mágico.

Los personajes, los objetos, aun los de materia inerte, emergen luminosos de una dramática tiniebla, de tal manera que no parece que reciban la luz, sino que la emitan. Una prodigiosa incandescencia los posee y laten en lo oscuro, como brasas, cargados de potencia dramática, de emoción imprecisa.

Este lienzo, interpretado tradicionalmente como Artemisa disponiéndose a beber las cenizas de su amado esposo Mausoleo, y que recientemente se ha entendido como Sofonisba preparándose a beber el veneno, por fidelidad a su esposo prisionero, antes de caer en manos de Marco Antonio, es en cualquier caso un canto al amor y a la fidelidad conyugales; el tema resulta especialmente adecuado al año 1634, que muestra ostentoso en la firma y es el del matrimonio de Rembrandt con Saskia van Uylenburgh, que hasta su muerte prematura en 1642 sería el amor y modelo constante del pintor.

La figura, opulenta y lujosa, solemne como una sacerdotisa, iluminada y cen- telleante de oros, se dispone a recibir la bebida, en exótica copa que le tiende una elegante sierva. Al fondo, una anciana sirviente emerge de lo oscuro, apenas como una sombra o un recuerdo del destino.

El lienzo, magistral, lo compró Carlos III en la almoneda del marqués de la Ensenada, previo informe y mediación del neoclásico Mengs, que, pese a sus prejuicios, supo entender el mensaje misterioso del gran maestro barroco.