Antoni Viladomat (1678-1755)

En estos ambientes, activos pero de corto alcance, hay que situar el desarrollo de la juventud de Antoni Viladomat, quien seguramente pudo vislumbrar unos horizontes más amplios cuando, en pleno desarrollo de la guerra de Sucesión, llegaron a Barcelona en torno a 1710 los pintores Andrea Vaccaro y Ferdinando Galli Bibiena, este último especializado en la escenografía y con quien al parecer colaboró Viladomat.

Antonio Viladomat

Biografía resumida de Antoni Viladomat

Pasados los trances de la guerra, se casó en 1720 y emprendió importantes trabajos en un ámbito estrictamente local, porque no tuvo continuidad el intento de que interviniese en la decoración de la iglesia del Pilar, en Zaragoza, el año 1737.

Dada esta circunstancia nos ha parecido innecesario detenernos en el comentario de obras suyas que son secundarias, aunque complementan y dan diversidad a su catálogo.

En cambio, serán más atendidos dos ámbitos que concentran las mejores aportaciones de este pintor al panorama general hispánico. Corresponden a los fondos del Museo Nacional de Arte de Cataluña, con la serie de San Francisco de Asís, las Estaciones y los bodegones, y al conjunto representado por la decoración global de la capilla dels Dolors, en Santa María de Mataró.

Jesús concede a San Francisco la indulgencia de la Porciúncula

La serie de San Francisco de Asís de Antoni Viladomat

Si nos atenemos a la realidad de la vida en nuestras poblaciones a mediados del siglo xv, será más fácil comprender el atractivo que ejercieron y la importancia que alcanzaron en distintos órdenes de la vida colectiva las series pictóricas dedicadas a narrar los hechos más destacados de una determinada orden religiosa, o a presentar los episodios básicos de la vida ejemplar de un santo.

Evidentemente, no faltaban evocaciones de todo ello en los sermones o en las frecuentes publicaciones de carácter piadoso, pero, tanto la palabra hablada como la escrita, sólo podían ayudar a la imaginación individual en la tarea de recrear en la mente la realidad evocada.

La fuerza de convicción del factor religioso era mucho más intensa si su exhortación, verbal o escrita, podía ir acompañada de una imagen pictórica de suficiente nivel para presentar, con toda claridad, los hechos correspondientes a un ciclo determinado.

Por todo ello, no debe extrañarnos la consideración que, durante muchos años, gozaron los cuadros integrados en la serie dedicada a San Francisco de Asís que podían admirarse en el claustro del convento franciscano de Barcelona (hoy en depósito en el Museo Nacional de Arte de Cataluña).

Se convirtieron en uno de los atractivos de carácter artístico que podían verse en la ciudad y, por ello, no faltan las referencias que los encomian, y en este sentido cabe destacar los elogios que merecieron del pintor Mengs a su paso por Barcelona, posiblemente en 1769.

Los creemos totalmente justificados y confiamos en que circunstancias futuras permitan un oportuno estudio y el análisis de sus cualidades para poder encajar este conjunto en el lugar destacado que le corresponde dentro de la pintura de carácter monástico.

Visión de San Antonio de Padua

La serie está integrada por veinte cuadros al óleo sobre lienzo, con dimensiones que se sitúan hacia los 190 x 230 cm, y se acepta habitualmente que fueron pintados hacia 1724.

Cayetano Barraquer, en su obra monumental las casas de religiosos en Cataluña (Barcelona, 1906), incluye datos acerca de su situación en el claustro del convento de San Francisco, que se hallaba junto a la muralla de Mar, en el espacio entre el actual Portal de la Pau y la plaza de Medinaceli, y ahí estuvieron hasta que fueron depositados en la Escuela de Dibujo de la Lonja, durante la ocupación francesa.

Cuando se restableció la normalidad retornaron al convento, pero, en 1835, tras la exclaustración, pasaron nuevamente a la Lonja y luego a la Academia de Belles Arts de Sant Jordi, para finalmente integrarse en los museos de Barcelona donde, hasta el presente, se conservan almacenados, habiéndose iniciado la oportuna limpieza y restauración tras una espera de más de ciento cincuenta años para la correspondiente exhibición.

Al parecer, hubo en el convento de los franciscanos de Berga una réplica de esta serie en cuadros de tamaño reducido (45 x 53 cm) de la cual sólo subsisten unas fotografías. Además, se conocen otros dos lienzos (62 x 77 cm) que serían de otra serie, algo mayor.

No cabe duda del mérito que ya por sí misma alcanza una serie de veinte cuadros que son excelentes y están perfectamente integrados en una narración.

Pero ésta no sólo puede seguirse a través de unos episodios concretos y más importantes que determinan el esquema básico de la composición de cada uno de los lienzos, sino que la complementan adoptando un recurso que era habitual en la pintura de los siglos medievales y no desdeñó el propio Velázquez, cuando situaban en el fondo de las composiciones referencias que ampliaban el contenido de lo expuesto en la escena principal.

Por tanto, será necesario observar con atención estos veinte lienzos para apreciar los complementos que incorporan y que enriquecen el discurso narrativo que en ellos se contiene.

También sería oportuno aplicar esta observación para conducir el análisis hacia la definición de los elementos que permiten establecer el nivel pictórico alcanzado aquí por Viladomat, en relación con el panorama global que presenta la pintura española del primer tercio del siglo XVIII.

Y un factor que destaca de inmediato, y que hay que tener en cuenta, es la pobreza y gran limitación de recursos que podía ofrecerle el ambiente en que trabajaba.

Ello queda perfectamente reflejado en la reducida gama cromática que tenía a su disposición y en la baja calidad de los pigmentos que podían haber animado los resultados de su buen hacer profesional.

No estará de más recordar que el mismo Velázquez solo pudo hacer una escasa aplicación del costoso azul ultramar que necesitó para el retrato del cardenal Camillo Massimi (c. 1650, colección particular, Kingston Lacy, Londres).

No debe extrañarnos pues que la entonación general de estos cuadros sea algo monótona y oscurecida, lo cual nos lleva a incidir, una vez más, en que el estudio detenido y amplio que merecen sólo será posible tras una concienzuda limpieza y restauración.