Si bien es verdad que todos los caminos conducen a Roma, Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) parecería haber tomado una vía más directa hacia la consagración que su rival, Francesco Borromini (1599-1667).
Bernini nació en Napoles y cuando aún era muy joven viajó a la Ciudad Eterna para formarse. Allí copió la estatuaria antigua, las obras de Miguel Ángel y de Rafael y demostró sus sorprendentes habilidades para el dibujo.
Entre 1619 y 1625 dio prueba de su talento al realizar cuatro grupos estatuarios para el cardenal Escipion Borghese, entre los cuales se encuentra el famoso «Apolo y Dafne», cuya vitalidad y audacia consolidaron su reputación .
En 1623 el papa Urbano VIII lo situó a la cabeza de la construcción de san Pedro. Entre tanto, Borromini había abandonado su aldea natal lombarda y tras una estancia en Milán llegó a Roma para establecerse en 1614.
Allí desempeñó diversos oficios: primero trabajó como escultor decorativo en las obras de la basílica de san Pedro y luego, hacia 1620, como dibujante en el taller de Carlo Moderno, para el que realizó los planos del palacio Barberini.
A la muerte de este último, en 1629, Bernini asumió la dirección del taller, y ambos artistas colaboraron durante algún tiempo.
En 1634 Borromini decidió no seguir trabajando a la sombra de Bernini, quien acababa de concluir el magistral baldaquino de san Pedro, por lo que se hizo cargo de la construcción del convento y de la Iglesia de san Carlos de las Cuatro Fuentes (1634-1641) y, posteriormente, edificios que aumentaron su notoriedad. Los dos hombres adoptaron entonces posiciones artísticas divergentes y conflictivas.
Las Construcciones más prestigiosas
La Roma actual es un vivo retrato de la emulación que llevó a Bernini y Borromini a inventar nuevas formas de expresión para la arquitectura. Borromini llevó a cabo la transformación de la basílica de san Juan de Letrán, la construcción de la iglesia de san Ivo de la Sapiencia y los trabajos para el templo de santa Inés, en la plaza Navona.
Además de sus proyectos para san Pedro, cuya plaza elíptica frente a la entrada está rodeada de una columnata que recibe a los peregrinos, Bernini realizó la fuente de los Cuatro Ríos de la plaza Navona y el templo de san Andrés del Quirinal, cuya cercanía con la iglesia de san Carlos de las Cuatro Fuentes de Borromini produjo una confrontación de los estilos.
Si los hallazgos estéticos de Borromini -geometrías oblicuas, volutas invertidas, fachadas curvas y campanarios en forma de espiral- se consideraron en el mejor de los casos una extravagancia, y en el peor, a los ojos de Bernini, una grave herejía, este último fue acusado por su rival de realizar pálidas imitaciones de ellos.
Heterodoxia desbocada por un lado, tibieza estilística por el otro, cada uno defendía su arte denigrando las posiciones contrarias. De este fértil enfrentamiento surgieron las más hermosas edificaciones del barroco romano.
Escalera Regia, de Bernini, 1663-1666. Vaticano
Una perspectiva escenográfica. Diseñada para el palacio del Vaticano, esta escalera de mármol, monumental aunque bastante estrecha, confiere una escenificación del espacio absolutamente original, gracias a la columnata que la bordea.
El conjunto, que se va estrechando, crea una perspectiva dinámica llamada perspectiva acelerada que configura una verdadera escenografía espacial. El juego de claroscuro de las columnas y de sus líneas que se responden y se desmultiplican produce en el espectador una impresión casi ilusionista de movimiento.
Cúpula de San Andrés del Quirinal, de Bernini, 1658, Roma
Curvas y contra curvas. La estrechez del lugar de construcción obligó a Bernini a adoptar para esta iglesia un plano en elipse. Sobre el eje más corto están alineados el altar y el pórtico principal, separados a cada lado por cuatro capillas laterales.
La tensión arquitectónica creada por el juego de las curvas convexas (escalinata y dosel de piedra) y cóncavas (muros que encuadran la fachada particularmente estrecha) constituye una de las características más típicas de un arte barroco majestuoso y a la vez fluido.
Cúpula de San Ivo de la Sapiencia y su linterna, de Borromini. 1643-1660. Roma.
El encaje paradójico de los volúmenes. El rechazo de Borromini a las convenciones y tipologías arquitectónicas ha quedado aquí magistralmente demostrado: para san Ivo de la Sapiencia, probablemente su obra maestra, transformó la habitual cúpula redonda en una cúpula escalonada que se funde en la bóveda por una sucesión heterodoxa de ángulos salientes y curvas.
El movimiento ascendente de la cúpula se destaca por la triple espiral que encierra la linterna, sin duda un símbolo de la tiara papal, pero más aún, el emblema de esta exuberancia liberadora y, a la vez, reglamentada, presente en el corazón de la arquitectura borrominesca.