1620, pintura sobre tela, museo del prado, 204 x 158 cms
Francisco Ribalta cumplió abundantes encargos encaminados a promover la veneración de sacerdotes, frailes, monjas y santos, cuyas vidas ejemplares habían transcurrido, en un momento u otro, en la ciudad del Turia.
Comentario de la obra «San Francisco confortado por un ángel músico» de Francisco Ribalta
Sin embargo, en ninguna de tales obras logró apelar a la devoción del fiel con la fuerza y la eficacia con que lo hizo al representar a uno de los santos en los que mejor se encarnaron los valores de la espiritualidad surgida del Concilio de Trento, san Francisco de Asís.
Para los capuchinos del convento de la Sangre de Cristo, establecidos en Valencia en 1597 con el apoyo del arzobispo Ribera, Francisco había pintado anteriormente una «Última Cena» destinada al refectorio y de la que solo queda constancia documental.
Se cree que fue alrededor de esta fecha cuando el maestro ejecutó los lienzos que representan a San Francisco confortado por un ángel músico y a San Francisco abrazando a Cristo crucificado.
«San Francisco confortado por un ángel músico » se encontraba en un altar cercani al púlpito de la iglesia del convento. En el cuadro, Ribalta recrea la austeridad de una celda capuchina inmersa en la oscuridad. Recostado en su humilde cama, san Francisco expresa su asombro por el consuelo enviado por Dios con los gestos en las manos, la boca entreabierta y los ojos dirigidos hacia el resplandeciente ángel músico que irrumpe en lo alto.
Absorto en la visión, no repara en el cordero que se encarama a su lecho, símbolo del sacrificio de Cristo, como lo son los estigmas que el santo muestra en las manos y en los pies. La dulce figura del ángel envuelto en ropajes vaporosos contrasta con el realismo con que está tratado san Francisco y los humildes objetos que lo rodean.
La complacencia en la descripción detallada de los pormenores de las carnes del santo, como los pliegues de las palmas de las manos y los pies y el intento de individualización de su rostro, así como el gusto por la representación de la materia de las tablas de madera que forman la cama y la mesita, de la iluminada, por luz celeste, manta de lana y la almohada, parecen encaminados a acercar tanto la imagen del santo como el ambiente donde tiene lugar su experiencia mística al contemplador, un contemplador que no hay que olvidar pertenecía a la comunidad capuchina del convento valenciano de la Sangre de Cristo, estricta observante de la regla franciscana.
La sensación de realidad, subrayada por la representación verosímil del espacio y por los espléndidos juegos de luz y sombras que Francisco Ribalta distribuye en el primer plano del lienzo, hace que el momento de la íntima unión espiritual entre el santo y Dios, pueda ser contemplado como un hecho susceptible de ser revivido por aquellos frailes que compartían el amor por Cristo y la vida de pobreza y oración ensalzados por san Francisco.