Susana y los viejos – Tintoretto

1555, óleo sobre tela,  1457 x 194 cm, Kunthistorisches Museum de Viena .

A pesar de tener como fuente literaria un pasaje del profético Libro de Daniel, Tintoretto entiende el tema como si perteneciera a una Biblia galante que se preocupase más de despertar una sensualidad de una Venus clásica o de una cortesana de la época que de exaltar la  castidad de la bella y temerosa de Dios mujer de Joaquín. 

Susana se recrea en un placentero baño , ajena a las miradas de los viejos jueces y sus intenciones lascivas (acabarán lapidados).

En este cuadro el pintor olvida la correspondencia entre pintura y relato para mostrar al espectador, más que a los ancianos, el cuerpo opalescente y luminoso de la joven Susana que parece haberse bañado en la fuente, en cuyas aguas aún mantiene la pierna izquierda.

Susana, cual Venus clásica,  recoge sobre el pecho su pierna derecha, que enjuaga con un fino y blanco lienzo al tiempo que su mirada, a la manera de la de Narciso, queda prendida del espejo, que le devuelve su propia belleza.

En la obra de Susana y los viejos, Susana apenas ha bañado sus piernas, su cuerpo permanece seco, acariciado por una cálida luz que descubre no solo su turgente cuerpo de sinuosos contornos, sino las delicadas trenzas rubias de su peinado, los pendientes de perlas y los brazaletes que ciñen sus muñecas.

Pero el pintor no se recrea únicamente en la sensualidad de la carne, con un pincel extremadamente sensible al color, sino que describe el paisaje del jardín babilónico, desde las limpias aguas de la fuente a los setos floridos , desde los troncos a las frondas, sin olvidar los animales (aves, cisnes, ciervos) que habitan en él.