Paradigma de la arquitectura europea del siglo XVII, Versalles es un excepcional conjunto arquitectónico en el que prevalece la simbología de un programa. Constituye el prototipo del arte clásico francés, para el cual la lógica de la razón se considera un axioma.
Pequeño pabellón de caza con Enrique III y castillo de caza con Luis XIII, el edificio llegó a ser, en los siglos XVII y XVIII, el centro político y artístico del reinado de Luis XIV y el símbolo de su poder. La decisión de abandonar el palacio real del Louvre, residencia histórica de los reyes, muestra la importancia ideológica de esta ruptura.
En 1661 y, posteriormente, en 1677, Luis XIV decidió remodelar el pequeño pabellón familiar de Versalles antes de hacer de él la capital palaciega del reino. Fue necesario agregar nuevas dependencias para poder albergar todos los servicios del estado, desde los príncipes de sangre hasta los domésticos.
El reclutamiento de los arquitectos Louis Le Vau y Jules Hardouin-Mansart, del pintor Charles Le Brun y del paisajista André Le Notre fue significativo. Versalles no era un simple palacio, sino una obra de arte total destinada a magnificar el poder absoluto, hegemónico y omnipotente.
Al revestir el edificio de piedra uniforme y nivelar los antiguos techos oblicuos, Le Vau trataba de inaugurar un estilo francés, aunque inspirado en las soluciones de la arquitectura italiana (alternancia de los órdenes, de las columnas y de las pilastras).
Hardouin-Mansart ordenó el plano del castillo y emplazó la galería de los Espejos. Le Notre ideó los jardines en función de las numerosas fiestas que se ofrecían en honor al rey.
Fuentes, pabellones de agrado, glorietas y esculturas constituían los elementos de un decorado natural, teatro de los placeres de la vida y de las entradas triunfales de su soberano. Por su parte, Le Brun, rodeado de sus ayudantes, tuvo en sus manos la decoración de los aposentos del rey y la reina.
A instancias de Colbert, gran coordinador de los talleres artísticos de Luis XIV, se organizó la galería de los Espejos, donde se hace patente la insistencia en el ritmo de los elementos. Así se constituiría el parangón del «orden francés»: fortaleza y dignidad del poder y de la creación que conlleva.
Versalles constituye un gigantesco programa alegórico que glorifica a Luis XIV, el Rey Sol. El dormitorio real, situado en el centro del edificio y sobre el eje este-oeste, el cual marca el recorrido diurno del sol, con sus muros cubiertos de oro, que reflejan y multiplican la luz solar, y rodeado de los salones de los aposentos del rey, consagrados a los planetas, era el «centro cosmológico» del palacio.
El acontecimiento más importante del día era el acto en el cual el rey se levantaba y se vestía, ayudado y observado por los cortesanos. Un gesto que emulaba, simbólicamente, la salida del sol.
La galería de los Espejos, flanqueada por los salones de la Guerra y de la Paz, donde se glorificaban las hazañas reales , era, por sus juegos de espejos y de reflejos, un espacio privilegiado donde el rey y la corte gustaban mostrarse. Los jardines que rodean el castillo también se inspiraban en el soberano.
La gruta de Tetis, por ejemplo, evocaba el reposo de Apolo, dios del sol. Durante los reinados de Luis XV y Luis XVI se llevaron a cabo numerosas modificaciones, principalmente en su decoración y remodelaciones interiores. En 1687 y 1762 se edificaron en el parque dos nuevos pabellones: el Gran Trianón y el Pequeño Trianón.
Conjunto programático ejemplar, Versalles fue un referente para los grandes palacios europeos, como el castillo de Sans-Souci, en Potsdam, imitación rococó de Versalles, edificado para Federico II de Prusia en 1745.