Obra de madurez, pintada en 1553 expresamente para Felipe II, esta soberbia composición resume lo mejor de la estética tizianesca.
Comentario de la obra «Dánae recibiendo la lluvia de oro» de Tiziano
Se conocen varias versiones de la composición. Una, indudablemente anterior en fecha y de menos afortunada, guarda el Museo de Nápoles. Otras, quizá posteriores derivaciones del taller, se relacionan con la del Prado.
El bellísimo cuerpo femenino, de exquisita y sensual rotundidad, se ilumina con delicadeza magistral y adquiere una tersura y una plenitud carnal sin paralelo; las telas suntuosas que lo encuadran están tratadas con una pincelada libre y «moderna» que consigue traducir todas sus calidades de tacto y de blandura; el cielo fulgurante se encrespa en el chisporroteo del oro del mito, que comunica toda su luminosa vibración a la tela entera.
La figura de la anciana sirvienta, tratada en tonos oscuros, es el contrapunto perfecto que equilibra plásticamente la composición y valora aún más, por contraste, la belleza esplendorosa del rotundo desnudo.
Miguel Ángel, que conoció seguramente una primera versión de la composición, conservada hoy en Nápoles, censuró acremente la falta de dibujo que el cuadro denunciaba.
Evidentemente el gran escultor, cuyo máximo empeño era cincelar los cuerpos y dar a la carne la grandiosa impasibilidad del mármol, no podía comprender una estética cual la de Tiziano, hecha precisamente de lo contrario: de la fijación de lo efímero, del temblor de la luz sobre un cuerpo ondulante, de la imprecisión de un contorno que, por su propio palpitar en el aire, no llega nunca a cuajar en perfil. De esta y otras obras análogas del gran maestro veneciano, hubo de tomar Velázquez lo más libre y jugoso de su pincelada aérea.