Antonio Allegri, llamado el Correggio por su ciudad de origen, se formó en Mantua y fue en Parma donde desarrolló su arte. Su rico lenguaje pictórico fresco y sensual, que reclama directamente la atención de los sentidos, es una síntesis de la tradición emiliana, la pintura véneta y la cultura toscanorromana.
Biografía y obra de Antonio Allegri da Correggio
Supo liberar la pintura del orden perspectivo de las arquitecturas del Renacimiento para disponer sus dinámicas y potentes figuras en espacios infinitos e irreales que anticipan soluciones propias de la pintura barroca.
A partir de 1510-1513 se comienza a percibir en la obra de Correggio una cierta influencia de Leonardo da Vinci, patente en la utilización del «sfumato» en tratamientos fisonómicos -como la enigmática sonrisa- y en el empleo de modelos del maestro toscano.
En una primera instancia en Parma (1518-1519) llevó a cabo la decoración al fresco de la cámara privada de la abadesa del convento de san Paolo, Giovanna Piacenza.
En una Parma que se debatía entre el poder de los franceses y del papado, la renovadora pintura de Correggio debió de tener un inmediato reconocimiento, ya que entre 1520 y 1530 se lo encuentra trabajando en la ciudad en importantes encargos.
De la obra llevada a cabo en este período, el de la madurez artística del pintor, destacan los frescos realizados para la iglesia de san Giovanni Evangelista (1520-1524) y los de la catedral de la ciudad (1526-1529), que por sí solos hacen que el nombre de Antonio Allegri Correggio se sitúe entre los grandes de la pintura del siglo XVI.
Terminados los murales de la catedral y tras la muerte de su esposa -seguramente en 1529-, en 1530 Correggio regresó a su ciudad natal. Fue allí donde llevó a cabo una serie de pinturas para los Gonzaga de Mantua, los «Amores de Júpiter «, encargada por Federico II de Gonzaga para obsequiar al emperador Carlos V.
Su obra muestra un dominio absoluto del color, de la luz y del claroscuro, un claroscuro que se revela deudor del «sfumato» leonardesco. Pero en ella, la huella de los artistas que forjaron su trayectoria, como Mantegna y Costa, se hace evidente la seguridad del dibujo y de la composición, que sin embargo, huye de rigideces para adentrarse valientemente en el mundo de las impresiones de lo real, de una realidad que deviene armónica a la vez que dinámica y expresiva.
Y es ese querer prolongar las formas en el tiempo y en el espacio lo que acerca al arte de Correggio alma de la generación manierista, ejemplificada por el joven Parmigianino, y aun a los primeros fulgores del barroco.