La Vocación de San Mateo – Caravaggio

1599-1600, Óleo sobre lienzo,  322 x 340 cms, Iglesia de San Luis de los Franceses en Roma.

La vocación de San Mateo - Obra de Caravaggio

Esta pintura forma parte de la decoración de la capilla que Mathieu Cointrel, posteriormente cardenal Contarelli, adquirió en 1565 en la iglesia de San Luis de los Franceses. 

A su muerte, que tuvo lugar dos años después,  había dejado a su albacea testamentario todas las instrucciones para la ornamentación de la capilla. En un primer momento, el encargo se confió al Caballero de Arpino, que ejecutó únicamente los frescos de la bóveda. Luego, en 1599, pasó a Caravaggio,  probablemente gracias a la intervención de su protector, el cardenal Del Monte.

Contarelli había descrito detalladamente lo que quería: «San Mateo en una sala de cobro de tributos, con diversos objetos propios de su oficio, y un banco de los que usan los cobradores con libros y dinero; de ese banco,  san Mateo, vestido según parezca que conviene a ese arte, se levanta con anhelo de acercarse a Nuestro Señor,  quien pasando por la calle con sus discípulos lo llama…».

Al enfrentarse con su primer encargo público,  Caravaggio tenía que resolver  al menos dos problemas: representar dos ambientes físicos diferentes, la calle y la sala, y crear una composición narrativa en la cual los personajes llevaran a cabo una acción.

Caravaggio resolvió ambos construyendo la escena en torno al gesto de Cristo que, señalando en la dirección de Mateo, halla eco en la posición de la mano de éste,  cuya importancia es puesta de relieve por los personajes que lo rodean.

El gesto simbólico de Cristo y la relación entre los dos grupos se refuerzan por medio del haz de luz,  que se origina fuera del campo visual, por encima de la cabeza de Cristo.

La luz es un recurso simbólico y estilístico útil para evidenciar la aparente diacronía de los trajes modernos de Mateo y  sus compañeros y los escasos atributos «divinos» del apóstol, descalzo y envuelto en un amplio manto de inspiración antigua, y de Cristo, cuya cabeza está coronada por el resplandor de un sutil hilo de oro.