El Siglo de Oro Holandés

También conocido como el siglo de oro Neerlandés, fue un momento donde los pintores holandeses del siglo XVII participaron en la elaboración de un nuevo sistema de representación basado en la reconstrucción naturalista del mundo.

Frans Hals, retrato de un grupo de las milicias cívicas, Los oficiales de San Andrés (1633); 3,3 metros de ancho.

En sus trabajos, los artistas definieron un nuevo estatuto para la creación,  tanto en el plano intelectual como en el social. El carácter laico de esta pintura fomentó un gusto por formatos reducidos, una iconografía cercana a lo cotidiano que explica su éxito entre los coleccionistas europeos.

Si bien la pintura holandesa encontró su inspiración en la independencia de las siete Provincias Unidas,  a fines del siglo XVI comenzó a nutrirse de los manieristas italianos y de las experiencias venecianas y caravaggistas. 

Privados de estructuras de mecenazgo o de encargos oficiales con el advenimiento de la república y de la iconoclasia protestante, los pintores holandeses encontraron su clientela en la burguesía local o bien partieron al extranjero.

Una imagen típica de Jan Steen (h. 1663)

El desarrollo de un competitivo mercado del arte llevó a los artistas a especializarse en los géneros transportables (retrato, paisaje, naturaleza muerta), con lo que multiplicaron las audacias formales.

Búsquedas formales muy diversas en la pintura del siglo de oro Holandés

La publicación de los tratados de Karel Van Mander (1604), de Phillips Angels (1642) y de Samuel Van Hoogstraten (1678), o de obras de alcance más práctico, marcaron el nacimiento de una verdadera bibliografía artística vernácula.

En Haarlem, los retratos de Frans Hals renovaron el fénero al optar por la verdad objetiva del modelo como única intención estética. Sus composiciones depuradas, en las que la expresividad de las figuras bosquejadas con pincel se acercaban a veces a la caricatura («Malle Babe»), muestran una técnica audaz que juega con la aplicación espontánea de las pinceladas de colores.

En Leiden, Gerrit Dou inauguró la manera de los «fijnschilders» (pintores de finura), al privilegiar las luces artificiales  y una ejecución minuciosa de los materiales en la que no se notara la pincelada. Además, explotó con virtuosismo el esquema del nicho en trampantojo, que tuvo un considerable éxito comercial.

En torno a pintores como Pieter de Hooch o Carel Fabritius, los artistas de Delft se preocuparon por los problemas perspectiva y de óptica, y por la ubicación del espectador para su apreciación de las obras. Utilizaban cámaras oscuras y confirmaban su intuición física por la anamorfosis.

Vista de Deventer desde el noroeste (1657).

Johannes Vermeer practicó una perspectiva ilusionista y otorgó efectos de luz a cada detalle; así representó un universo en el que la narración se reducía  a la sola percepción objetiva de los elementos y a la uniformidad igual e impasible de los planos.

Una pintura Reflexiva

Abiertos a otros campos de la cultura,  como la cartografía, la literatura o la óptica, los pintores holandeses practicaron diversos géneros, lo que privilegió la representación de su propia actividad artística.

Al multiplicar las luces indirectas, los reflejos y las transparencias, las naturalezas muertas de Willem Claesz o de Pieter Claesz revela, por medio de hábiles juegos de espejo, la imagen del pintor con su caballete en la superficie de un copón o de un jarro.

Estas apariciones traviesas constituyen verdaderas firmas. Los autorretratos de Rembrandt y de sus alumnos constituyen igualmente verdaderos estudios de expresión psicológica y destacan la manera en que los pintores holandeses fueron adquiriendo conciencia de su prestigio social ante la sociedad civil.