Pintura en las Bóvedas Barrocas

A comienzos del siglo XVII,  Roma se convirtió en la capital del gran decorado. Con los palacios y las iglesias se buscaba desplegar fasto y grandeza, y para ello se construían bóvedas y techos suntuosos, decorados con temas profanos, mitológicos o sagrados.

Como reacción contra el manierismo, la tendencia general era la simplificación formal y la ampliación  de la composición (escala, figuras,  profundidad).

La Escuela Boloñesa

En el ámbito de los grandes decorados, el siglo XVII se inició en 1597, cuando los hermanos Carracci emprendieron la decoración de la bóveda del palacio Farnesio.

Si bien los modelos pertenecían al Renacimiento (división del espacio de la bóveda), su interpretación clásica  y unificada fue de una gran modernidad. Los seguidores del pintor fueron numerosos,  y ya estaban formados en la técnica del fresco  cuando se trasladaron de Bolonia a Roma.

Encargados de la decoración de un gran número de cielos y bóvedas, siguieron apegados a los «quadri riportati» (pinturas sobre lienzo adheridas a la bóveda) de su maestro, pero evolucionaron hacia un clasicismo cada vez más severo. Así,  Guido Reni, para la decoración del casino Pallavicini, se contentó con un solo «quadri riportato» en el centro del decorado, que representaba la «Aurora».

Este empleo de un único «quadri riportato» se generalizó en sus decorados posteriores (palacio Mattei, palacio Costaguti).

Por su parte, Domenichino adoptó una forma aún más radical. Los frescos que pintó para San Andrea della Valle («Evangelistas» y «Escenas de la vida de san Andrés «), al igual que los que adornan la iglesia de San Luis de los Franceses, son de tal rigor, de una perfección tan austera y noble, que fueron considerados por distintos autores (Nicolas Poussin) y aficionados (Aguchi, secretario de Gregorio XV y autor del «Tratado de la pintura») una referencia absoluta.

Cielos Barrocos

En torno a la década de 1620, se afirmó en el ambiente romano una corriente más típicamente barroca. Si bien la mayoría de los pintores de este movimiento no renunció a la división del espacio, sus preocupaciones fueron de otro orden.

En efecto, ellos concibieron el espacio de la bóveda como una ventana abierta hacia el cielo. Sus composiciones, más dinámicas, se esforzaban por crear una ilusión de profundidad, un efecto ascendente capaz de impresionar al espectador.

Las obras de Giovanni Lanfranco, inspiradas en pinturas venecianas de techos y en las de Correggio, ilustraron esta evolución. Sin embargo, fue Pietro da Cortona quien encarnó mejor este período de fasto y de placer de vivir. En sus frescos de colores vivos y brillantes, las figuras se arremolinan y el espacio parece prolongarse hacia el infinito.

Al final del siglo,  las bóvedas de Bariccia para el Gesú y de Andrea Pozzo para san Ignacio en Roma constituyeron un homenaje al ilusionismo y al virtuosismo de sus frescos.

Ejemplos de Bóvedas y Cielos Barrocos

La Visión de San Juan Evangelista en Patmos. Antonio Allegri da Correggio, 1520-1521. Iglesia de San Juan, Parma.

Un talento precursor. Para acentuar la perspectiva ilusionista de la cúpula de la iglesia de san Juan, Correggio pidió, según algunos historiadores, que el domo de la iglesia fuese poco elevado y sin abertura.

El artista podía así,  en un espacio ciego,  dar rienda suelta a su imaginación y profundizar el espacio de manera vertiginosa. Si bien los comitentes permanecieron indiferentes  a este arte revolucionario,  los artistas del siglo XVII,  entre ellos Lanfranco, le deben mucho a este pintor vanguardista.

Decorado de la Bóveda de la galería Farnesio. Annibale Carracci, 1596 – 1600. Roma.

Exuberancia y limpidez. Con la colaboración de su hermano Agostino, Annibale Carracci emprendió en 1595 la decoración de la bóveda del palacio Farnesio. El tema considerado, el de los amores de los dioses, tomado de Ovidio, anunciaba con fasto el futuro matrimonio entre Ranuccio Farnesio y Margherita Aldobrino.

En esta galería, que servía de lugar de exposición  de las más bellas esculturas antiguas de los Farnesio, Annibale tomó una decisión  resueltamente ilusionista: la representación de cuadros fingidos. Esta disposición  en «quadratura» estaba inspirada en un modelo prestigioso, la «loggia» pintada por Rafael para el Vaticano.

La interpretación de Annibale destacó por su virtuosismo. Yuxtapuso arquitectura, tapicería, escultura y pintura en trampantojo en un mismo programa. El efecto obtenido combina la exuberancia lujuriante con una gran limpidez.

A pesar del gran número de figuras, la regularidad de las proporciones, la depuración de las formas y la legibilidad de las superficies destacan el ordenamiento de la composición. 

Alegoría del Pontificado de Urbano VIII. Pietro da Cortona, 1633-1639. Palaci Barberini. Roma.

A la gloria del soberano pontífice. Urbano VIII acudió a Francesco  Bracciolini para la concepción del programa iconográfico de la bóveda. El poeta, miembro del círculo literario de los Barberini, concibió un programa alegórico que mezclaba figuras mitológicas y emblemáticas,  enteramente destinado a la glorificación del pontífice.

En el perímetro de la bóveda  se evocan sus principales virtudes: la integridad y el coraje, el sentido de la justicia, la piedad y la prudencia. El centro de la composición destaca de manera aún más directa la gloria de los Barberini: la Divina Providencia le ordena a la Inmortalidad agregar una corona de estrellas a las abejas, emblema de la familia.

Desde una esquina, un querubín alza una corona de laurel para evocar los talentos de poeta de Urbano VIII. La representación de este complejo programa posee un dinamismo y una inspiración sin precedentes.

Pietro da Cortona dividió el espacio en cinco partes, gracias al empleo de la arquitectura en trampantojo. Pero esta vez es un cielo único, que se extiende detrás de la arquitectura.

La ilusión de profundidad está reforzada por el hecho de que alguno de los personajes de la bóveda parecen volar debajo de la arquitectura fingida.