La Virgen del canciller Nicolás Rolin – Jan Van Eyk

Esta tabla de pequeñas dimensiones (66 x 62 cm, Museo del Louvre, 1435), llamada comunmente como «La Virgen del Canciller Nicolás Rolin», fue encargada y donada a la colegiata de Santa Maria de Autun por el canciller de Borgoña y Brabante, Nicolás Rolin, personaje cuya ascensión política  en la corte de Felipe el Bueno no deja de despertar cierta curiosidad.

La Virgen del Canciller Rolin, obra flamenca de Jan Van Eyk. Renacimiento temprano. Pintura renacentista. Obras famosas de Jan van eyk.
La Virgen del Canciller Rolin, obras de Jan Van Eyk

Historia y Comentario de la obra «La Virgen del Canciller Nicolás Rolin»

Nacido en 1376 en el seno de una familia pequeño burguesa de Autun, murió en esta misma ciudad en 1462 disfrutando de una inmensa fortuna y habiendo sido uno de los más poderosos e influyentes personajes de la corte borgoñona. La carrera de Rolin inició una vertiginosa ascensión que lo llevó a ser nombrado canciller en 1422.

A partir de entonces actuó en nombre de su señor en numerosas negociaciones, tanto en política interior como exterior, sobresaliendo su participación en la Paz de Arras, muy beneficiosa en cuanto a concesiones territoriales para el duque de Borgoña.

El papel desempeñado por Nicolás Rolin en las negociaciones le fue premiado con creces y su fortuna no dejó de aumentar, tanto, no obstante, como aumentaron sus enemigos, lo que hizo que al final de sus días perdiese el favor ducal. Nicolás Rolin se hizo pintar por Jan van Eyck  en el momento más luminoso de su carrera, que no es otro que el de 1435.

El canciller Nicolás y Van Eyk

Jan van Eyck representó al canciller Rolin arrodillado piadosamente en un reclinatorio, en el que descansa un libro abierto, frente a la Virgen con el Niño, casi de tú a tú y sin mediación de ningún santo. La Virgen se halla sentada en un bancal coronada por un ángel como reina de los cielos. El canciller mira cara a cara al Dios Niño, Señor del Mundo, que lo bendice.

Su actitud dista mucho de ser humilde; antes bien, ni siquiera María parece atreverse a corresponder la mirada altiva del orgulloso Rolin que hace gala de un riquísimo vestido brocado en oro y forrado de piel; es un ser que está en el cenit de su carrera, que expone su triunfo personal.

Los personajes se presentan en el interior de una logia medieval abierta por tres arcos que dan a una tribuna convertida en paradisíaco jardín  cerrado,  con hermosos animales, plantas y flores.

Dos hombrecillos curiosos conducen la vista del espectador hacia un paisaje de ondulaciones cruzado por un río con islotes poblados, río en cuyas orillas, unidas por un puente, se alza una ciudad de bellísimos y ricos edificios.

El aposento del canciller Rolin, con sus columnas de mármol de ricos capiteles figurados, sus ventanales con vidrieras,  su suelo ajedrezado que combina el mármol con las losetas de cerámica, se levanta pues en el centro del serpenteante río.

Esta tabla no sólo representa el momento más luminoso de la carrera política de Nicolás Rolin  sino también el de Jan van Eyck.  En ella el arte de los flamencos despliega todos sus recursos, desde los compositivos hasta los espaciales y los relativos al tratamiento de la luz y del color, sin olvidar la consecución máxima en la descripción minuciosa de lo material, tanto de lo próximo como de lo lejano.