Considerado como el pintor que en Francia abrió las puertas al Renacimiento, Jean Fouquet supo conjugar las formulaciones del espacio renacentista con el refinamiento formal de los miniaturistas de la escuela de París, dando lugar a la obra «Las Horas de Étienne Chevalier».
Comentario y análisis de la obra Las Horas de Étienne Chevalier
Aunque trabajó como hasta entonces lo hacían los pintores medievales, practicando tanto el arte de la miniatura como el de la vidriera, tanto el de la pintura mural como el de la pintura sobre tabla, a diferencia de aquellos conjugó el idealismo trascendente que lo aleja de la realidad con una clara voluntad de acercarse con verdad a la figura humana y a la naturaleza.
Las cuarenta y siete miniaturas que ilustran el «Libro de Horas de Etienne Chevalier» han sido consideradas unánimemente por la crítica como el primer trabajo que Fouquet realizó tras su viaje a Italia.
Fechadas alrededor de 1450-1455, el pintor las llevó a cabo para el que fuera tesorero de Carlos VII, Étienne Chevalier, iniciándose de este modo la serie de encargos que Fouquet recibió a lo largo de su vida de diversos personajes vinculados a la corte francesa.
Es una obra en la que Fouquet no sólo plasma la renovación de su arte que, cabe suponer, le propició su viaje a Italia, sino los indicios que permiten conocer con cierta precisión en dónde transcurrieron sus años de formación.
Así, la presencia no disimulada de Notre-Dame de París, la Sainte Chapelle, el palacio del Louvre, la Bastilla, la puerta de Saint Denis y las mazmorras de Vincennes en las miniaturas del «Libro de Horas de Etienne Chevalier «, certifica algo más que un conocimiento anecdótico de la ciudad.
La obra de las Horas de Étienne Chavelier
Seguramente, Fouquet se formó en los talleres de miniaturas parisinos que, tras su primer periodo de esplendor a principios del siglo XV y tras superar la crisis que supuso la invasión y dominación inglesa de Francia (1415-1436), volvieron a dar claros signos de recuperación a finales de la década de los 30 y principios de los 40, momento en el que Fouquet debió aparecer en el panorama artístico de París.
En tal sentido, Fouquet parte genéricamente de las premisas artísticas que formularon a principios del siglo XV los hermanos Limbourg («Las muy ricas horas del duque de Berry») y Jacques Coene, los cuales supieron otorgar un nuevo carácter al arte de la miniatura que, sin renunciar a los refinamientos del gótico internacional, plasmaron en los fragmentos de la realidad, fuesen paisajes o arquitecturas, presentes en sus iluminaciones.
Realizadas a página entera, en las iluminaciones del «Libro de Horas de Étienne Chevalier » Fouquet renuncia a la tradición de enmarcarlas con follajes para poder llenar todo el espacio disponible con las escenas, tanto aquellas que transcurren al aire libre como las que se disponen en un interior.
En una de las más bellas iluminaciones del libro (Étienne Chevalier presentado por San Esteban a la Virgen y al Niño) Fouquet, en un doble folio, combina la arquitectura gótica y la renacentista, emplazando la escena ante un muro clásico en el que estriadas pilastras están coronadas por un entablamento en cuyo friso corre una inscripción y sobre cuya cornisa aparecen unos «putti» con guirnaldas portando escudos heráldicos, muro que al llegar al extremo derecho se esconde tras una gran fachada gótica que va en ángulo a su encuentro.