Hacia 1669, óleo sobre lienzo pasado sobre tabla, 24 x 21 cms, Museo del Louvre.
En 1696 el cuadro se encontraba también en la colección de Jacob Dissius. Llegó al Louvre en 1870.
En el pequeño lienzo, uno de los más conocidos de Vermeer, se ve a una muchacha haciendo encaje; su mirada está concentrada en el trabajo y en el movimiento de las manos.
La ambientación está reducida al mínimo, ya que la visión del artista es muy próxima y el encuadre de la composición tiene un aire informal. En primer plano se ve la esquina de una mesa, en la cual hay un cojín de bordar, semiabierto, de cuyo interior salen hilos rojos y blancos, que el artista ha delineado con pinceladas simples y de extraordinaria fluidez.
La luz procede de la derecha e ilumina el amarillo del corpiño, posándose con especial énfasis en la frente y los dedos de la joven; este recurso permite a Vermeer subrayar la concentración de ésta en el trabajo manual.
La figura de la encajera es recurrente en la pintura holandesa como símbolo de laboriosidad y de virtud doméstica. La interpretación moralizante es subrayada por la presencia de un libro encuadernado en pergamino y atado con cintas oscuras, probablemente una biblia o un libro de oraciones.
Reaparece en este cuadro el hábito de desenfocar los objetos del primer plano; se ve sobre todo en la maraña de hilos rojos y en las borlas del cojín. Como en los instrumentos ópticos, este efecto se debe al hecho de que la mirada está enfocada sobre el segundo plano, donde se encuentra la encajera.
Renoir consideró este cuadro, junto con el «Embarco para Citera» de Watteau, como las dos mejores obras del Louvre.