Hoy en día, la pintura de vistas es algo tan familiar que, habitualmente, se pasa por alto el carácter innovador que tuvo a principios del siglo XVIII: el hecho de que ni Van Wittel ni Carlevarijs pudieran comenzar su actividad como vedutistas profesionales indica lo poco común que era esa ocupación en aquella época, así como las escasas oportunidades que existían de practicarla.
De hecho, ambos artistas sólo obtuvieron reconocimiento como pintores de vistas treinta años después. El hecho de que Giovanni Antonio Canal, llamado Canaletto (Venecia, 1697-1768), el más importante de los pintores de vistas venecianos, viviera prácticamente esa misma situación, confirma simplemente el carácter no tradicional de la pintura urbana.
Biografía y obra de Giovanni Antonio Canal «Canaletto»
Nacido casi medio siglo después de Van Wittel y perteneciente a una generación posterior a la de Carlevarijs, Canaletto, hijo de un escenógrafo, decidió muy pronto seguir los pasos profesionales de su padre.
Al igual que sus dos predecesores, sus primeras experiencias laborales, en este caso en el campo de la escenografía, le ayudaron a asentar sus conocimientos de la perspectiva.
Sin embargo, Canaletto no estaba dispuesto a sufrir los altibajos económicos y profesionales del mundo del teatro y fue lo suficientemente inteligente como para prever los beneficios económicos que le esperaban a quien se convirtiera en sucesor del ya anciano Carlevarijs.
Aproximadamente a la edad de veintiséis años empezó a realizar soberbias e impresionantes vistas de su ciudad natal.
Canaletto retrató algunos de los mismos lugares que habían pintado Van Wittel y Carlevarijs, pero él interpretó Venecia de un modo radicalmente distinto.
Su Vista de la plaza de San Marcos mirando hacia el Este, que le fue encargada hacia 1723 junto con otras tres vistas de la ciudad, ofrece una cotidiana y sencilla escena urbana en la famosa plaza (Fundación Colección Thyssen-Bornemisza, Madrid).
Sencilla porque muestra una Venecia prosaica; por entonces, la plaza estaba siendo recubierta con las piedras que forman el actual pavimento geométrico y, en consecuencia, la escena está animada por obreros, amas de casa, mercaderes e incluso mendigos.
No hay un gran gentío en movimiento, ni exóticos visitantes de Oriente, ni hileras de banderas y estandartes, ni un asomo de esplendor decorativo. La vista no transmite nada del glorioso pasado de la ciudad, y poco de su singular y extraordinaria textura urbana. Únicamente la excesiva y absolutamente ficticia altura del campanile tiende a reflejar la eminencia histórica de Venecia.
Ni la tradición ni la topografía atraen la sensibilidad del artista. Por el contrario, su interés se centró en las posibilidades de la pintura al óleo, que utilizó brillantemente para reproducir las texturas de la realidad material urbana: la suciedad de la Piazza todavía sin pavimentar, el abigarrado enladrillado del campanile y los delicados y afables detalles de toldos y sombrillas, todos de formas distintas.
Probablemente, la falta de una topografía más pintoresca en la Vista de la plaza San Marcos se debe a que la obra, al igual que las otras tres pinturas asociadas a ella, le fue encargada por un cliente local.
Pocos años después (entre 1730 y 1740), Canaletto empezó a trabajar para extranjeros -principalmente lords y hombres de negocios ingleses que viajaban a Venecia— y respondió con tan buenos resultados a sus exigencias artísticas y decorativas que muchas de sus pinturas dejaron Venecia para siempre.
Este cambio de clientela forzó a Canaletto a modificar su interpretación de la ciudad, ya que, mientras que un comprador italiano quedaba satisfecho con escenas de una ciudad pragmática cotidiana y funcional, los turistas deseaban recuerdos de sus vacaciones en el extranjero.
Las vistas de Venecia que Canaletto realizó durante la década de 1720-1730 resultan algo informales y están caracterizadas por cielos oscuros y nublados, mientras que la organización espacial pone énfasis particularmente en la profundidad. En cambio, las vistas que realizó en las décadas posteriores muestran una ciudad brillante y luminosa, con una amplia panorámica espacial que refleja su espíritu acogedor.
Hacia 1730, Canaletto también descubrió que el mercado de las vistas con escenas festivas era muy lucrativo y que valía la pena reproducir alguna de las populares celebraciones anuales del calendario veneciano.
Junto con otras trece pinturas de principios de la década de 1730-1740, su Regata en el Gran Canal (Royal Collection, Castillo de Windsor) conforma una serie de trabajos que denotan el nuevo rumbo que tomó el artista durante su madurez.
Embarcaciones adornadas, banderas desplegadas, plumas ondulantes y capas y sombreros de brillantes colores le confieren a la escena un colorido rico y suntuoso, mientras que las líneas irregulares de los tejados no resaltan tanto la profundidad del canal como la magnitud del ciclo de Venecia, sus formaciones de nubes sin rumbo, la clara luz del sol y la limpiada atmósfera.
La Regata en el Gran Canal justifica la actual opinión generalizada de que Canaletto se convirtió en un maestro vedutista pocos años después de haber empezado a pintar.
Tuvo tanto éxito que, poco después de realizar las telas del Gran Canal, Antonio Visentini le encargó un conjunto de grabados para agruparlos en un libro titulado Prospectus Magni Canalis Venetiarum.
Los grabados difundieron el nombre de Canaletto por todas partes y propagaron la original e inimitable belleza de Venecia más allá de sus fronteras. Incluso la propia pintura de vistas, como género artístico, logró una amplia divulgación gracias al Prospectus.
A diferencia de las telas de Carlevarijs y de Van Wittel, que pasaban a formar parte de colecciones privadas y sólo podían ser contempladas por unos pocos, a partir de las pinturas de Canaletto este tipo de obras gozó del favor de un público muy amplio y, en consecuencia, se divulgó el talento de los artistas, se alimentó el interés por las vistas y se difundió el carácter singular de Venecia.