Ya sea volcado hacia representaciones simbólicas o hacia la expresión de efectos visuales y climáticos de la naturaleza, el paisaje holandés se forjó una identidad autónoma a lo largo de todo el siglo XVII a través de la cual manifestaría la dignidad del género y anunciaría su futuro auge.
Mientras el modelo del paisaje bruegeliano, estrictamente jerarquizado e invadido por las figuras, fue perpetuado por artistas como Avercamp (el pintor del invierno, del hielo), los pintores holandeses del siglo XVII buscaban ante todo renovar el vocabulario del paisaje y definir una nueva manera de pintar la naturaleza y el paso del tiempo.
El paisaje holandés en la pintura
A lo largo del siglo XVII, el género del paisaje fue adquiriendo progresivamente su independencia. Los panoramas forestales o las vistas urbanas se estereotiparon para responder al gusto burgués.
Las marinas de Van de Velde alcanzaron precios que rivalizaban con la pintura histórica. Karel Van Mander, en su «Libro de los pintores» (1604), dedicó varios capítulos a la manera de pintar el follaje y de bosquejar las nubes.
Distinguió también la representación según lo natural y según la mente, mostrando cómo un paisaje debía ser fruto de la convergencia entre la observación y la reconstrucción intelectual.
Al contrario que los paisajes idealizados de Claudio de Lorena o de Nicolás Poussin, los detalles pintorescos, tales como castillos, chozas, molinos y ruinas, que proliferaban en las pinturas, tenían valor por su atractivo estético sin excluir la verosimilitud.
Además, los avances de las investigaciones ópticas de Kepler y Descartes, así como las descripciones de las cámaras oscuras y de las anamorfosis por parte de Kircher y Drebbel, permitieron una expresión excepcional de los matices cromáticos.
Los paisajes como pretexto
Para los holandeses, a menudo marcados por la cultura y la religión protestantes, la naturaleza constituía una creación de Dios. El paisaje llegó a ser una meditación moral, el lugar de una posible correspondencia entre la pintura y la poesía del mundo.
La variedad formal y temática de estos paisajes (canales, bosques, marinas, campos y vistas urbanas) destaca la pluralidad de los acercamientos y la creciente especialización de los artistas.
Por ejemplo, los cuadros de Van de Velde exploran una gama cromática económica, mientras que los paisajes de Van Ruisdael buscan plasmar la inmediatez del instante y, a la vez, la geografía de un lugar, la grandiosidad de los celajes, que marcan el carácter efímero de la naturaleza.
La pintura de paisaje aspiraba a expresar un estado del alma y asumió una dimensión poética superior.
Obras de los paisajes de la pintura Holandesa
La cascada, de Van Ruisadael. Óleo sobre tela. Rijksmuseum, Ámsterdam.
Si bien la natyraleza es el tema esencial de este cuadro, la figura humana representada sólo como anécdota, o para evaluar la escala del lugar, es un pretexto para una investigación propiamente pictórica.
Llama la atención la fusión de la gama cromática, en la cual los tonos blanquecinos del cielo y de la cascada aparecen coloreados por los ocres de la tierra y de las rocas. Ruisdael no buscó, como Avercamp, el detalle.
Procuró más bien una visión de conjunto de las aguas, tratadas según agrupaciones claras e irregulares , y supo utilizar a la perfección los efectos atmosféricos, lo que anticipó las soluciones formales del naturalismo.
Bosque de robles, de Hobbema. 1660, Museo del Louvre.
Paisajista de finales del siglo XVII y alumno de Jacob Van Ruisdael, Hobbema resume en su trabajo un siglo de investigación formal. Los detalles del primer plano, en contraste con los claros que se vislumbran en el fondo, producen la ilusión de lo natural.
Prosiguió las investigaciones emprendidas por Van de Velde acerca de la fusión cromática de la composición, y creó sombras por la adición de reflejos azules y verdes. Verdaderas síntesis del paisaje holandés, las obras de Hobbema inspiraron a los pintores ingleses del siglo XVIII y fueron redescubiertas en Francia por la escuela de Barbizon.