1490-1500, oratorio de la Scuola di Sant’ Orsola, iglesia de San Giovanni e San Paolo, Venecia. Pinturas sobre tela. Galerías de la Academia, Venecia.
Las leyendas de Santa Úrsula son un conjunto de pinturas que componen la obra. Espectacular.
El registro aparentemente fiel de la realidad y la introducción de un gran número de personajes en la narración de un suceso histórico o religioso, constituía el gusto público de la Venecia que transcurría entre el siglo XV y el XVI.
Los cerca de diez ciclos de pintura narrativa o de testimonio visual realizados en la ciudad entre 1470 y 1520, dieron buena cuenta de la preferencia por un tipo de representación que no se limitaba a copiar el mundo real, sino que escogía su mejor imagen para dar fe del suceso representado, el cual adquiría un valor documental por encima del estrictamente heroico o devocional.
Las numerosas escuelas venecianas fueron, junto con el Palacio Ducal, las principales promotoras de este tipo de pintura que convertía los muros de sus estancias en espejos ideales de la ciudad.
Carpaccio ejecutó las telas, de grandes dimensiones, a partir de un programa con seguridad, fijamente establecido a priori, pero sin seguir el orden de la leyenda recogida por Jacopo della Voragine en la que se inspiró, para ilustrar la casta historia de amor entre Ereo, príncipe pagano de Inglaterra, y Úrsula, la bella, discreta y honesta hija del monarca bretón Mauro, que terminará martirizada junto con el papa y las once mil vírgenes de su séquito a manos de los hunos, emisarios de dos generales del imperio que temían la expansión del cristianismo.
Los cerca de diez años que el pintor invirtió en completar el ciclo permiten constatar la evolución de su manera y de su sentido compositivo, lo cual se advierte, por ejemplo, si se compara la «Llegada de santa Ursula a Colonia» , donde la acción principal queda relegada al fondo, con la «Partida de santa Ursula «, la obra de mayores dimensiones del ciclo (280 x 611 cm), que representa hasta tres episodios simultáneamente en primer término.
En esta, así como en el «Recibimiento de los embajadores ingleses» y en el «Regreso de los embajadores», la evocación de una Venecia esplendorosa y festiva hace participar al espectador en uno de los múltiples desfiles ceremoniales que tuvieron lugar en la ciudad con ocasión de entradas de ilustres personalidades, procesiones religiosas u otros acontecimientos relevantes, el mismo ambiente al que se asiste en el «Encuentro con el Papa en Roma», a pesar de la voluntad de Carpaccio de incluir en la narración el retrato de un edificio romano como es el Castel Sant’Angelo.
La «Partida de los embajadores» nos adentra, por su parte, en un suntuoso interior, como lo hace el episodio del tranquilo «Sueño de santa Úrsula «, donde Carpaccio ofrece una visión lírica de la realidad. La agitación del «Martirio y funeral de santa Úrsula » patentizan la capacidad de expresión dramática del pintor, la cual alcanza uno de sus momentos más logrados en la representación de la muerte del papa, en tanto que la «Apoteosis de la santa», destinado al altar de la escuela, pone en duda su acierto en resolver temas triunfales.
Satisfaciendo el gusto de sus clientes, Carpaccio hizo de las escenas del ciclo de santa Úrsula un fragmento de realidad. Su Bretaña es lo más parecido a Venecia, con toques de fantasía y clasicismo, que pudo imaginar. El tratamiento de la luz, unido a un exquisito control de las sombras, el de los rostros de los personajes, el de los ropajes y peinados, así como la variedad de gestos y actitudes de los personajes, contribuyen a dotar las telas del ciclo de una certera verosimilitud de lugar, subrayadas por la adopción de unos espacios absolutamente congruentes en sus perspectivas.
El pintor ha puesto todos los medios a su alcance para crear una secuencia de la historia de santa Úrsula como una imagen de la vida cotidiana veneciana sorprendida casi involuntariamente; pero el carácter descriptivo de la historia, su veracidad, su evocación de la ciudad y el tratamiento del espacio y la luz, no son óbice para olvidar que la única verdad es la poderosa inventiva de Carpaccio.