La visión de San Agustín en su estudio – Vittore Carpaccio

1502-1507/1508; pintura sobre tela, 141 x 211 cm, Scuola di San Giorgio degli Schiavoni, Venecia.

La Scuola di San Giorgio degli Schiavoni fue fundada en 1451 por navegantes y emigrantes dálmatas  que habian acudido a Venecia huyendo del peligro turco. La escuela encargó a Carpaccio la realización de nueve telas para la sala noble del oratorio de la confraternidad, destinadas a evocar episodios de los tres santos de culto más frecuente en Dalmacia: Jorge, Trifon y Jerónimo,  telas que seguramente ya estaban terminadas a finales de 1507.

En el muro de la izquierda ,desde la entrada a la cabecera , se disponen: san Jorge arremetiendo contra el dragón  y el Triunfo de san Jorge en Silena; en el muro de la cabecera, a la izquierda san Jorge bautiza al rey y a la princesa, y a la derecha san Trifon exorciza a la hija del emperador Gordiano; en el muro de la derecha, la Oración en el huerto,  la vocación de san Mateo, san Jerónimo conduciendo el león al monasterio, los Funerales de san Jerónimo y la Visión de san Agustín. 

En estas pinturas Carpaccio ofrece por primera vez su impronta orientalizante expresada en la representación de algunas arquitecturas y figuras. Junto a este gusto por lo oriental, denota un inusitado interés por la poética del objeto de clara ascendencia flamenca.

Ello se pone principalmente en evidencia en la «Visión de san Agustín «; tal episodio tiene sus fuentes literarias en una carta apócrifa de finales del siglo XIII en la que Agustín relata la visión que tuvo cuando, desconociendo la muerte de san Jerónimo,  se disponía a escribirle para solicitar su opinión sobre un tema místico.

Entonces,  una luz cegadora y un desconocido aroma penetraron en su estudio mientras se oía la voz de san Jerónimo acusándolo de presuntuoso por querer comprender la felicidad eterna, que sólo se descubre tras la muerte, como había descubierto él. 

En la tela pintada por Carpaccio, san Agustín levanta la mano de la carta que está escribiendo y mira hacia la ventana. El perro que lo acompaña en su estudio, asustado, queda también inmovilizado por la luz que entra por las ventanas, tiñe la estancia de un tono dorado y provoca intensas sombras en el suelo y en las paredes.

En esta tela el detallismo en la representación se traduce en una observación minuciosa de todos y cada uno de los objetos. Sin duda, la lección de Antonello da Messina y su san Jerónimo,  está bien aprendida, como lo demuestra el tratamiento de la mesa de altar con la cortina corrida y las puertas abiertas, que dejan ver el interior de su armario y, sobre todo, el de la cámara  que muestra la puerta abierta del fondo de la estancia.

Pero, a pesar de ello, lo que domina en la tela no son los objetos sino el espacio, el vacío de la estancia hecha visible por la luz y el color.