1635-1636, óleo sobre lienzo, 226 x 118 cms, Museo del Prado.
Comentario de la obra «La Trinidad» de Ribera
En el centro del lienzo está Cristo, suspendido en el aire; su peso es sostenido de manera inverosímil por el paño blanco que sujetan oblicuamente dos angelotes.
Sus brazos se apoyan en las cabezas de otros dos angelotes y en las piernas del Padre Eterno, que con gesto afectuoso rodea con ambas manos la cabeza del Hijo, coronado de espinas.
Entre el rostro impasible de Dios, que fija la mirada en el espectador, y el esangüe de Jesús aparece la paloma del Espíritu Santo. Un fragmento especialmente bello es el cuerpo de Cristo, indagado con gran atención a la anatomía.
En la piel lívida se ven las señales de la crucifixión: la sangre en la frente, la herida del costado, de la que gotea sangre sobre la tela que cubre su desnudez y sobre el paño, las heridas de los clavos en pies y manos.
Esta iconografía se basa en obras anteriores, como un grabado de Alberto Durero, fechado en 1515, que también repite El Greco en un lienzo conservado en el Prado.
Aquí, Ribera combina el estilo tenebrista de sus años juveniles , que se aprecia en la violenta iluminación del cuerpo de Cristo, con un pictoricismo preciosista, visible, por ejemplo, en las elegantes yuxtaposiciones cromáticas.
Se perciben afinidades con la «Asunción de la Magdalena» de la Academia de san Fernando de Madrid por la belleza del fondo con nubes doradas, el manto rojo, levantado por el viento de una manera similar, que imprime un impulso diagonal a la composición, y por los angelotes.
En el lienzo del Prado, el manto del Padre Eterno, adornado con reflejos dorados, está dispuesto en paralelo al paño blanco en que se apoya Cristo, mientras que en el otro cuadro el manto de la Magdalena sigue la dirección del angelote que porta las disciplinas (instrumentos hechos ordinariamente de cáñamo, con varios ramales, cuyos extremos o canelones son más gruesos, y que sirven para azotar).
Considerando las analogías de la «Trinidad» con la «Asunción de la Magdalena » y con la «Apoteosis de san Jenaro» de las agustinas de Salamanca, algunos estudiosos han planteado la hipótesis de que fuera encargada por el conde de Monterrey.