La sala de los Gigantes – Giulio Romano

1532-1534, pintura mural, Sala de los Gigantes del Palacio del Té, Mantua.

Comentario de «La sala de los Gigantes de Giulio Romano»

La ejecución de la decoración pictórica de la Sala de los Gigantes se inicia después de la visita de Carlos V en 1530.

En noviembre de 1532, con motivo de su segunda visita, fueron retirados los andamios levantados en la sala para que el soberano pudiera admirar la composición. 

De acuerdo con el modelo de organización del trabajo en equipo aprendido por Giulio Romano junto a su maestro Rafael,  las pinturas de la Sala de los Gigantes  fueron ejecutadas en su mayor parte por ayudantes.

La mano de Romano ha sido reconocida en el grupo de Júpiter  y en las escenas en torno a Diana. Son suyos algunos espléndidos dibujos preparatorios para la sala, caracterizados por el dinamismo que se ve acentuado por el claroscuro: dioses del Olimpo (Museo del Louvre); Victoria, Jano y Saturno (colección particular, Londres); un gigante (colección Ellsmere); Júpiter arroja el rayo (colección particular,  Londres).

La sala es recordada con admiración por toda la literatura artística. Ya en su época es digna de mención la descripción de Vasari («Vite», 1568), que viajó a Mantua en 1541 y estuvo acompañado de Giulio Romano en su visita al palacio.

Las fuentes literarias del mito de los Gigantes son bien conocidas: la Teogonía de Hesíodo y sobre todo, el primer libro de las Metamorfosis de Ovidio.

Del mito se han hecho  diversas interpretaciones que, sin embargo, no se excluyen unas a otras. La decoración de la sala alude alegóricamente a la soberbia de los Gigantes que han osado poner sitio al Olimpo y son castigados por Júpiter.

Todos los elementos se desencadenan en un ambiente dominado por un sentido de torbellino cerrado, que se vuelve angustioso no sólo por las imágenes monstruosas pintadas en la superficie, sino también por la amenazadora presencia de la falsa cúpula sobre el pavimento.

El techo parece proyectar la zona aérea del cielo sobre el terreno y acosar desde lo alto  al observador, que, arrastrado por en efecto centrípeto, tiene la angustiosa sensación de que rocas y arquitecturas van a precipitarse sobre él. 

Una singularidad de la sala es asimismo el eco, gracias al cual las palabras susurradas en un rincón se oyen perfectamente en el opuesto.

Este artificio acústico, típico juego cortesano, interactúa con las sugestiones visuales para alcanzar el vértice  en el teatro total.