El rapto de Ganimedes – Rembrandt

1635, óleo sobre lienzo,  177 x 30 cms, Staaliche  de Dresde.

El cuadro, cuya presencia en el mercado anticuario se conoce desde  1716, fue adquirido en 1751 por Federico Augusto II de Sajonia.

El mito representado es narrado por numerosos autores clásicos: el bellísimo muchaco Ganimedes, hijo de Tros, rey de Troya, fue raptado por Júpiter en forma de águila.

El dios quiso hacer de él su amante y lo llevó al Olimpo, donde el joven se convirtió en copero de los dioses; después, Ganimedes fue transformado en la constelación de Acuario y se tornó inmortal.

En la interpretación de Rembrandt, Ganimedes es un niño espantado y lloroso agarrado por un águila volando.

En el oscuro cielo, la úncia fuente de luz es el rayo de Júpiter, que se percibe arriba a la izquierda: el punto más claro de la composición lo constituyen la cara y el cuerpo del niño, que ocupa el centro del cuadro.

Aumentan el realismo de la escena algunos detalles: arrebatado de la vida terrena, Ganimedes aprieta unas cerezas en el puño y aterrorizado, se orina de miedo.

En un dibujo preparatorio para este cuadro, Rembrandt había previsto también la presencia de sus padres que, con la mirada dirigida al cielo, observaban impotentes el rapto de su hijo.

En la tradición iconográfica, que tuvo entre sus más destacados intérpretes a Miguel Ángel,  se representa a Ganimedes como un joven; frente a estas composiciones de tono áulico y heroico, la imagen de Rembrandt resulta anticonvencional y casi satírica.

Sin embargo, la crítica, indagando  el significado de la pintura, ha conjeturado que sea una interpretación en clave expresiva de complejos temas simbólicos.

Históricamente, el mito de Ganimedes fue interpretado como una alegoría del alma que, en su pureza, anhela a Dios: en este sentido se explicaría la decisión de dar al héroe los rasgos de un chiquillo.

Igualmente, Ganimedes, que fue transformado en Acuario, puede simbolizar el invierno y sus lluvias; a esto aludiría en el cuadro de Rembrandt  el elemento de la orina, que desciende sobre la tierra vivificándola.