El caballero, la muerte y el Diablo

Grabado sobre cobre, 1513, Museo Británico, Londres.

El caballero, la muerte y el diablo - Alberto Durero
El caballero, la muerte y el diablo – Alberto Durero

Comentario y análisis de la obra «El caballero, la muerte y el diablo de Alberto Durero»

Durero nació  en Nuremberg en 1471, hijo de Alberto Durero el  Viejo  (1427-1502), orfebre húngaro de nacimiento que había ejercido la profesión en los Países Bajos  antes de fijar su residencia en Nuremberg en 1455.

En su crónica de familia (1524) Durero explica que, después de aprender a leer y escribir, lo sacaron de la escuela y durante un corto período de tiempo trabajó como aprendiz de su padre, que le enseñó los rudimentos del oficio de orfebre.

En 1486 inició junto a Michael Wolgemut un aprendizaje que iba a durar tres años. Wolgemut fue elmprimer pintor alemán importante que negoció directamente con un editor la entrega de xilografías para su utilización como ilustraciones de un libro.

Su editor, el más importante de Alemania, era Anton Koberger, padrino de Durero. Más tarde Koberger puso su taller de impresión,  tipos incluidos, a disposición de Durero para la publicación del primero de los grandes libros ilustrados por el artista, el Apocalipsis (1498), que le proporcionó inmediatamente reconocimiento internacional. 

Los años 1513 y 1514 asistieron a la creación de sus tres grabados más exquisitos, los llamados «Grabados de maestro»: El caballero, la muerte y el diablo; San Jerónimo en su celda  y Melancolía I

Centrándonos en el primero de estos tres «grabados de maestro» (El caballero, la muerte y el diablo), comentar que es un grabado sobre cobre, con pinturas en blanco y negro. 

Las variaciones en la profundidad y el grosor de los trazos grabados sobre el metal proporcionan a las figuras contornos diferentes que siguen la economía espacial de la composición y el escalonamiento proporcionado de los planos.

El acentuado tratamiento de la musculatura de los caballos (que desempeñan el papel de figuras repujadas) destaca el volumen y modelado de los cuerpos, y constituye un testimonio de la exactitud anatómica que preconizaba Durero en sus tratados teóricos. 

Los trazos superpuestos crean el efecto de texturas. Imitan los reflejos y las transparencias de los materiales, con lo que produce la ilusión  de policromía al variar infinitamente el juego de luces y sombras.