Decoración de la Capilla Capponi – Pontormo

1525-1528, Capilla Capponi, iglesia de santa Felicita, Florencia.

Aproximadamente diez años después  de la «Tabla del triunfo de José «, Pontormo se enfrentó a la decoración de la capilla funeraria de la familia Capponi, su obra más excepcional.

La decoración que llevó a cabo Pontormo constaba de la representación del Dios Padre rodeado por cuatro profetas en la cúpula  -destruida entre 1765 y 1767-, los cuatro evangelistas en las pechinas, la «Tabla de la Deposición » presidiendo el altar y la «Anunciación a la Virgen» pintada al fresco  en el muro de la derecha a ambos lados de una ventana.

Atendiendo a la primera dedicación de la capilla, la de la Anunciación,  el tema pintado por Pontormo flanqueando la ventana del muro de la derecha del altar se ha entendido como la Anunciación  o Salutación del arcángel Gabriel a María (pintura mural, 368 x 168 cm).

Sin embargo,  nada en la pintura de Pontormo parece aludir a esta salutación, ya que el arcángel  -alzado sobre nubes con el rostro ligeramente ladeado hacia su izquierda  como atendiendo una luz o presencia celestial- y María  -con los pies desnudos en actitud de subir unos peldaños y posando su mano en un libro dispuesto en un bajo muro junto a un candelabro- no parecen entablar diálogo alguno.

La gran tabla del altar funerario (pintura sobre tabla, 313 x 192 cm) de la capilla, es una de las más sugestivas de toda la pintura manierista florentina. Pontormo crea una composición dominada por el «vivir en el espacio» de las figuras.

Nada hay que nos indique lugar, ni tan siquiera acción narrativa. Los personajes,  en su estar, en su moverse, en su expresarse con rostros, manos y vestiduras, crean un torbellino que va de la vida a la muerte y de ésta  retorna a la vida.

En lo alto de un inexistente montículo central, una mujer columnaria, expectante, quieta, parece mirar con ternura y compasión más que con dolor  todo lo que acontece a sus pies.

A su lado, ya en un plano más cercano al contemplador, Juan,  el discípulo amado abre sus brazos en enfático ademán para acoger entre ellos a la figura de María. 

La Madre, presente más por sus holgadas vestimentas de azules que se curvan y contracurvan, se quiebran o caen a plomada ampulosamente, que por su cuerpo que carece de verosimilitud, recibe el amparo de dos mujeres.

Dos figuras,  más ángeles que hombres,  que miran a quien los mira, cargan con el cuerpo que parece en levitación del Cristo muerto.  Uno, el que luce finas sandalias, de pie,  lo agarra del pecho por debajo de los brazos dejando al descubierto  el costado; el otro,  aún no levantado, carga sobre sus hombros el peso de las rodillas del Salvador.

Dos mujeres completan el cortejo fúnebre: una que desde lo alto sostiene dulcemente la cabeza de Cristo y otra que, encarada con la Virgen, toma la muñeca y la mano izquierda del Hijo parabque no caiga inerte sobre su cuerpo.

En el suelo queda abandonado un hermoso paño verde; en el fondo, un hombre de pelo rizado, barbado y tocado con una especie de turbante verde, levanta con angustia los ojos hacia lo alto.

La ausencia de la cruz, la omisión del sepulcro o el gran número de figuras que acompañan a la Virgen y a su Hijo han dificultado la interpretación de la tabla.