Quizá sea Peter Brueghel el Viejo el último gran maestro que utiliza una técnica y un punto de partida semejantes de algún modo al mundo de los primitivos.
Comentario de la obra «El triunfo de la muerte» de Peter Brueghel el Viejo
Sin embargo, y aunque se le suele recordar como pintor de escenas populares y humorísticas exclusivamente, hay que ver en él una carga intelectual, honda y rica, que le enlaza con la preocupación ética y satírica de los humanistas nordicos.
Se expresa a veces a través de fantasías que reviven el espíritu del Bosco, o en cuadros aparentemente de género, donde se plasman canciones, juegos, refranes y sabiduría popular con carácter casi didáctico, elevado, como se ha dicho, al nivel de la contemplación serena y estoica de un Montaigne.
Protegido de la nobleza y de las clases cultas, es el ilustrador perfecto de un mundo donde la preocupación ética se viste del ropaje callejero con una libertad y subjetividad que son, también, manierismo a su modo.
El asunto de esta bellísima tabla es enteramente medieval: la danza de la muerte, con su patética invitación igualitaria y su gozosa complacencia en el desfile de los poderosos, especie de rebeldía última de los oprimidos.
Ni firmada ni fechada, es sin duda obra de plena madurez, hacia 1560. Sus fuentes textuales son, aparte de la citada tradición medieval, el Apocalipsis (el «caballo pálido») y el Eclesiastés, tal como atestigua una copia con rótulos de esos textos conservada en Bruselas.
Brueghel concibe la muerte como un ejército que avanza y encierra a la Humanidad en una trampa, cuya única salida es el ataúd. Un desolado paisaje de violencia es el escenario de esta fatal escaramuza, donde los poderosos del mundo, obispos, cardenales, reyes y caballeros, libran su combate singular con esqueletos: con su propia e irremediable muerte.
Sólo los enamorados siguen su dúo amoroso sin advertir cómo la muerte juega ya el contrapunto a su ciega melodía.
La vibración del dibujo, prieto y preciso, comunica una intensa crispación a los múltiples personajes, y el color cálido y refinadísimo, animado por toques de intensos rojos, verdes o amarillos, hace de la tabla algo inolvidable, de fuerza casi hipnótica.