El ejemplo más evidente del prestigio que Barcelona iba alcanzando como centro rector de la actividad artística en el Principado lo tenemos en la intervención fundamental de Antonio Viladomat en el conjunto integrado en la capilla dels Dolors, en Santa Maria de Mataró.
Comentario de la obra «La capilla dels Dolors en Santa María de Mataró» de Viladomat
En esta ciudad se advierte una situación semejante a la que hemos comentado con referencia a las circunstancias que se vivían en Barcelona desde los años finales del siglo XVI.
A partir de 1685 se completó la reforma de la iglesia de Santa María que, en 1690, se enriqueció con el retablo del Rosario-aún conservado de los escultores Antoni y Marià Riera-, y poco después, en 1698, recibió un magnífico complemento con el inicio de la aneja capilla propia de la congregación dels Dolors que, más adelante, superadas las alteraciones que había provocado la guerra de Sucesión, quedó concluida y dispuesta para recibir, entre 1724 y 1737, los cuadros que son básicos en el catálogo de Viladomat.
La importancia de estas obras no reside sólo en los valores pictóricos que encierran, sino que responde también al programa iconográfico que desenvuelven, singular en cuanto al desarrollo de una idea global, totalmente acorde con las finalidades piadosas de aquella congregación.
Dicho conjunto se desarrolla en dos de los tres sectores perfectamente diferenciados que se integran en la capilla dels Dolors. En el subsuelo se dispuso una cripta funeraria desprovista de todo ornato y con finalidad exclusivamente utilitaria, para situar en ella la sepultura de los congregantes.
Al nivel del suelo que es el general de la iglesia de Santa María, con la que comunica por solemne portada, quedó dispuesta la capilla para el ceremonial religioso derivado de las finalidades específicas de aquella congregación.
En ella queda patente el papel que se reservó a la imagen grafica, como complemento de fuerza de convicción derivada de la palabra contenida en los sermones y en las correspondientes exhortaciones de los eclesiásticos.
De acuerdo con esta finalidad se dispuso la iconografía más adecuada. A tal efecto, la capilla recibió en sus muros cuadros que recogen escenas correspondientes a la Pasión de Cristo.
El singular retablo recibió seis pequeños cuadros ovalados con otros tantos misterios dolorosos del Rosario, en otros dos las efigies de san Francisco de Asís y de san Felipe Neri, y en el sector alto un lienzo con la Piedad.
Finalmente, en un tercer nivel, con vistas a la capilla y ac ceso al camarín, quedaba situada la Sala de Juntas, recubierta de pinturas sobre lienzo.
Con habilidad, el pintor se adaptó a las circunstancias y distribuyó en esta sala los personajes que habitualmente se integran en la Asunción de la Virgen según su correspondiente jerarquía.
Así pues, los congregantes, cuyos restos habían de reposar en la cripta, gracias a las rogativas y a los oficios religiosos desarrollados en la capilla tenían mayores posibilidades de ser, de alguna manera, partícipes de la gozosa Asunción que presidía la Sala de Juntas.
Esta amplia idea, expresada en la disposición arquitectónica, tuvo la correspondiente traducción iconográfica en la singular serie de una cuarentena de cuadros de Antoni Viladomat que, afortunadamente, se conservan in situ y se complementan con distintas pinturas de carácter decorativo que aprovechan unos espacios libres entre los cuadros de la capilla, en la bóveda de ésta.