1630, óleo sobre lienzo, 12e x95 cms, Museo del Prado.
Comentario de la obra «San Andrés» de José de Ribera
Jesús, después de abandonar Nazaret tras la detención de Juan Bautista, marchó a Cafarnaúm, junto al lago de Tiberíades, donde inició su predicación. Allí conoció a los hermanos Andrés y Simón Pedro, originarios de Galilea, y los convenció para que dejasen su oficio de pescadores para seguirlo; fueron sus primeros apóstoles.
La historia de Andrés, el defensor de los misterios de la Cruz, se narra en la «Leyenda Áurea»: tras un largo viaje, durante el cual fundó iglesias y administró el sacramento del bautismo, se estableció en Patrás, Grecia, gobernada entonces por el procónsul Egeo.
Su mujer se convirtió al cristianismo empujada por la predicación de Andrés; esto suscitó la ira de Egeo, que se enfrentó con el apóstol, desafiando sus enseñanzas. Como Andrés se negó a adorar a los falsos dioses, el procónsul lo mandó atar a una cruz.
Esto no impidió al santo seguir predicando, cosa que hizo durante dos días, hasta que los soldados intentaron en vano liberarlo: sus brazos quedaron inexplicablemente inmovilizados. Las oraciones de Andrés para ser salvado de la muerte fueron escuchadas: absorbido por una luz radiante, su alma se separó de su cuerpo.
Ribera representó al santo ante un fondo oscuro abrazando la cruz de su martirio y con un grueso anzuelo en la mano, al que está sujeto un pez. Este detalle alude a su oficio de pescador y a las palabras de Jesús a los dos hermanos: «Seguidme y os haré pescadores de almas».
San Andrés aparece con el pecho desnudo, el cabello desgreñado y barba; sale de las sombras mostrándose ante el espectador con la sencilla gracia de un hombre que ha trabajado con el cuerpo: una fuente de luz ilumina desde la izquierda su vigoroso torso, marcado por la edad, las manos ásperas de nudillos hinchados denuncian una vida de labores manuales.
Al representar esta figura aislada con sencillez y sentido realista, Ribera ha creado una imagen de profundo impacto emotivo.