La primavera de Botticelli

La primavera de Botticelli. Pintura al temple sobre madera, 203 x 314 cm. Galería de los Uffizi (Florencia). 1478

Pinturas Renacentistas Famosas - La primavera de Botticelli
Obra «La primavera» de Sandro Botticelli

Comentario de «La primavera de Botticelli»

Tras realizar un buen número de retratos, su fama creció y el reconocimiento como hábil pintor le valió ser llamado a Roma. Allí el papa Sixto IV le encargó decorar, junto con Cossimo Rosselli, Ghirlandaio y Perugino, entre otros prestigiosos pintores del momento, la parte baja de los muros de la recién construida Capilla Sixtina con historias de la vida de Cristo  y Moisés. 

Antes de trasladarse a Roma, Botticelli pintó  seguramente «La Primavera» (Galería de los Uffizi) para la villa de Castello de Lorenzo y Giovanni de Pier Francesco de Medici. En ella convirtió en pintura el pensamiento neoplatónico que anidaba en la corte medicea de aquellos momentos.

A pesar de que el sentido de la obra ha sido muy controvertido, por lo común se ha supuesto  que el florentino acudió a Ovidio para desarrollar el tema de la metamorfosis de la ninfa Cloris en flora, la Hora de la Primavera, asediada por los amores de Cefiro que alimenta el ciego Cupido ante la presencia de las tres Gracias danzando y la figura de Mercurio disipando las nubes, una metamorfosis que va más allá de la mitología clásica  para manifestar el triunfo exultante del humanismo alegorizado por la «Venus humanitas» que centra la composición. 

En esta composición Botticelli representó bajo formas sensibles todo un conjunto de ideas. La primavera, estación del amor que renace, ha sido personificada en la figura de Venus. Está acompañada por Mercurio, mensajero de los dioses, y las tres Gracias,  y a la derecha por Cefiro, Cloris y Flora; Cupido, con los ojos vendados, corona la composición. 

Cada personaje simboliza un aspecto del sentimiento amoroso: pasiones, sensualidad, generosidad, plenitud y pureza. La amistad, el amor profano y el amor sagrado están señalados por el modo en que se entrelazan los dedos de las tres Gracias.

Esta riqueza simbólica está realzada por la armonía de la composición : las alegorías se leen horizontalmente, pero adquieren corporeidad en el ámbito del paisaje boscoso que se abre al fondo, en profundidad.