Hacia 1665, Óleo sobre lienzo, 45 x 39 cms, Mauritshuis de la Haya.
Se sabe por los documentos que Vermeer pintó más de una «tronie»: se trataba de un género bastante difundido que constituye una especie de mezcla entre el retrato con disfraz y el género de cuadro de historia.
En estos cuadros, el artista retrataba a modelos vestidos con atavíos exóticos o de estilo antiguo, utilizándolos para figurar personajes históricos. En esta tipología entra también «La joven de la perla», una obra encantadora denominada por algunos «La Gioconda holandesa».
En 1881 este cuadro fue comprado por una cifra irrisoria por un avispado coleccionista que en 1902 la dejó en herencia al Mauritshuis.
Vermeer pintó a una muchacha vuelta de tres cuartos, con los labios entreabiertos y los ojos húmedos; la postura y la expresión transmiten una sensación de extraordinaria inmediatez.
La modelo lleva una chaqueta amarilla y un turbante azul del que cae una banda entonada con la chaqueta; en la oreja luce una perla en forma de gota, de reflejos opalinos.
La posición del cuerpo es la de perfil, pero gira su rostro para atender con su hermosa mirada lo que puede ser la llamada del contemplador.
Con todo, esa joven de labios carnosos y facciones suaves, cuyos tonos amarillos solamente se ven perturbados por la cinta azul del tocado, ese rostro casi mágico que emerge hecho luz de la oscuridad, es más idealización que verdad -el mayor acento de realidad es el reflejo de la perla del pendiente-.
La pintura está bastante dañada y se percibe un visible craquelado; de todos modos, se pueden apreciar las cálidas transiciones tonales del rostro y el sabio uso de barnices transparentes en la parte azulada del tocado.
El fondo neutro y oscuro, inédito en la producción del maestro, acerca esta obra a las «tronien» de Michael Sweerts, que trabajó en Ámsterdam en 1660-1661.