1620, pintura sobre tela, 199 x 162 cms, Galeria de los Ufizzi, Florencia.
En la obra en que Judith , ayudada por una de sus sirvientes, corta la cabeza al general de Nabucodonosor, Holofernes, el relato patriótico se vuelve sangriento y sensual al mismo tiempo; una Judith que Artemisia pinta, seguramente, en la versión (hubo varias) que se conserva en las Galerías Nacionales de Campodimonte de Nápoles (1611-1612), poco después de ser violada, quizá durante el proceso judicial.
Al igual que en la «Susana y los viejos» de 1610, en esta Judith Artemisia alcanza una intensidad que supera las representaciones del mismo tema de las que pudiera haber partido, en este caso, la de Caravaggio (1598-1599) y la desaparecida de Rubens, que se conoce a través de un grabado.
De la primera, toma la disposición de los brazos de Judith en paralelo, si bien Artemisia sustituye la joven y frágil figura caravaggesca de Judith por una robusta y hermosa mujer ricamente vestida y de generoso escote que concentra toda su energía, sin perder la compostura ni en el cuerpo ni en el rostro, en la degollación del asirio.
La sangre salpicando la cama está también presente en la obra del milanés, pero hay más violencia en la de la romana. La sirvienta no se mantiene al margen contemplando impasiblemente el asesinato que comete Judith, como ocurre en la pintura de Caravaggio, sino que aparece sobre la cama intentando inmovilizar con todas sus fuerzas juveniles al confiado y engañado Holofernes.
La fuerte luz que cae sobre los cuerpos de los tres protagonistas, con un naturalismo que lleva incluso a marcar los pliegues de las carnes, ha sido interpretada como respuesta a la influencia recibida de Cecco de Caravaggio, pintor que en 1620 se hallaba en Roma.