Watteau es sin duda el más exquisito, sensible y rico de técnica, entre los artistas del Dieciocho francés, dejando lugar a esta exquisita obra.
Comentario de la obra «Fiesta en un parque» de Jean Antoine Watteau
En él, por el simple encanto de sus dotes de verdadero y jugoso pintor, las artificiosidades de las «fiestas campestres», de los jugueteos cortesanos o de las escenas de la «comedia del arte», se convierten en pura poesía plástica, en misteriosa delicadeza y elegancia tocadas siempre de un algo de extraña melancolía y de lírica gravedad.
La deuda de Watteau con la pintura flamenca es muy fuerte. Sin duda, y él mismo lo confesó en alguna ocasión, su modelo fue el Rubens maduro. Pero su sensibilidad enfermiza le hizo rehuir las grandes composiciones y los desnudos opulentos.
Sólo el libre manejo del pincel, ciertos modelos femeninos, reducidos portentosamente de escala, y el milagroso modo de identificar naturaleza y acción, nos llevan inconscientemente a recordar al maestro flamenco; además, claro está, de su maestría en los rasos, las sedas, las sombras boscosas y el chisporroteo de las aguas.
Pero su sensibilidad exquisita, cima del rococó aún impreciso y por venir, es toda personal. En sus lienzos, diminutos tantas veces, todo vibra en la luz, y las actitudes, refinadas y artificiosas como en un nuevo manierismo, parecen justificarse en la onda lírica del conjunto donde la naturaleza vibra con una verdad capaz de absorber y dotar de sentido a ese mundo de personajillos de ficción cortesana.
Este lienzo y su compañero proceden de la colección de Isabel de Farnesio, y se conservan para éste algunos dibujos preparatorios que contribuyen a deshacer las dudas que por su no perfecto estado de conservación se habían expresado alguna vez sobre su autografía.