1586-1588, óleo sobre tela, 460 x 360 cm, iglesia de santo Tomé, Toledo.
Terminado en medio punto, en el cuadro quedan netamente diferenciadas dos zonas. Sirve de fondo a la inferior un nutrido y apretujado conjunto de caballeros enlutados. En el extremo de la izquierda destacan las figuras de un franciscano y un agustino que se dirige hacia su compañero.
En el extremo de la derecha se agrupan tres clérigos: uno de ellos, que viste una sobrepelliz casi transparente, de espaldas con los brazos abiertos, dirige su mirada hacia la visión celestial y es el personaje que sobresale más del cuadro; a su diestra otro clérigo sostiene una esbelta cruz de plata; el tercero, de medio perfil, se cubre con una gruesa capa pluvial.
Delante del franciscano destaca la figura de un niño que sostiene, con la mano izquierda, un hachón encendido, mientras señala con la derecha a los protagonistas del milagro (san Esteban y san Agustín bajando de los cielos para enterrar con sus propias manos al conde de Orgaz).
Destacan vigorosamente los volúmenes de san Esteban y san Agustín sosteniendo el cuerpo yacente del señor de Orgaz. A destacar los vibrantes brocados de la dalmática del joven protomártir y del anciano padre de la Iglesia, y la de don Gonzalo Ruiz de Toledo, conde de Orgaz, gracias a su rutilante armadura pavonada y damasquinada, sobre un blanco sudario.
Por encima de los testigos y los protagonistas del milagro, El Greco nos ofrece una particular visión de la Gloria, ya que, en el fondo, nos muestra el juicio particular del alma del conde.
Las cuatro figuras fundamentales -Cristo, la Virgen, san Juan y el ángel- trazan una composición romboidal que divide los ámbitos que quedan a ambos lados. En el de la izquierda está san Pedro sosteniendo unas enormes llaves, con una figura encima que mira hacia Cristo.
Algo más abajo hay tres figuras del Antiguo Testamento: David con el arpa, Moisés con las Tablas de la Ley y Noé, con el arca. En el ámbito de la derecha, a espaldas de san Juan, hay varios personajes que pueden ser apóstoles. Luego se acumulan hacia el fondo numerosas figuras de «elegidos» entre las que destaca una cabeza que puede identificarse, sin vacilar, con la de Felipe II.
Un hecho de capital interés debe anotarse al contemplar el medio punto que corona «El entierro del conde de Orgaz «: la interpretación que nos dejó de la Gloria debemos considerarla personalísima y marca un hito irrepetible en la iconografía de El Greco.