1526-1528, pintura mural, 1093 x 1195 cm, catedral de Parma.
El tema que convierte la pesada materia de la cúpula octogonal alzada sobre cuatro pechinas y tambor en liviano celaje es el de la Asunción de la Virgen, el cual abundaba en la reafirmación católica del culto a la Madre de Dios en un momento en el que los reformadores luteranos lo empezaban a cuestionar e incluso lo había hecho Erasmo de Rotterdam.
En las conchas de las pechinas, entre nubes y angelotes, aparecen los cuatro santos patronos de Parma.
Guirnaldas y festones de frutas cierran el espacio de las pechinas en tanto que un friso monocromo, con «putti» jugueteando con formas vegetales, las une para alcanzar el perímetro octogonal del tambor.
En éste, los óculos de luz de cada una de sus caras se integran en una fingida balaustrada. Delante figuran aislados o agrupados de dos en dos los apóstoles cuyas vestiduras parecen agitarse por el vendaval que produce la visión que contemplan asombrados.
En el falso pretil de la balaustrada, efebos juegan y observan alegremente lo que sucede en lo alto y a los que miran desde abajo, que son los fieles que asisten, como si estuvieran situados en el sepulcro de María, a su asunción a los cielos.
Lo que ven es un torbellino de ángeles danzantes, músicos y cantores, santos y personajes del Antiguo y Nuevo Testamento que presencian cómo la Virgen es llevada en volandas hacia la agitada figura de Cristo que desciende, a su vez, del radiante cielo en el que todo es luz al encuentro de su madre.
En la decoración de esta cúpula, Correggio alcanzó, ciertamente, su obra más audaz e innovadora. A partir de lo iniciado en la iglesia benedictina de san Giovanni Evangelista, consiguió liberarse de las limitaciones del muro sugiriendo un espacio vuelto hacia el infinito, habitado tan sólo por figuras de arrebatado dinamismo y expresividad y por la luz sobrenatural.
No es de extrañar que siglos después A.R. Mengs afirmase que era la más bella de todas las cúpulas.