En el siglo XVII, el arte de la escultura barroca alcanzó su apogeo. La representación del poder reemplazó a la preocupación por plasmar el universo de manera armoniosa.
Los contornos difusos favorecieron la representación del movimiento y de la metamorfosis, temáticas que los escultores consideraban en el centro de sus preocupaciones.
La Contrarreforma llevó a la Iglesia a reflexionar sobre el sentido que debía conferir al arte y a la imaginería religiosa. El arte barroco, surgido en Roma, reflejaba a la vez las dudas metafísicas y las preocupaciones del poder eclesiástico.
La Iglesia intentó atraer nuevamente a los fieles hacia sus retablos y capillas. Quiso recrear, como en la edad media, espacios que le permitieran mostrar los principales elementos de un dogma renovado.
La imagen creada por un artista experto debía imponer a primera vista su sentido, maravillar y conducir el alma hacia la devoción. Las imágenes sagradas obedecían a cánones que todos comprendían, difundidos en obras tales como la «Iconología» de Cesare Ripa, publicada en italiano en 1593 y en francés en 1643.
A semejanza de lo que sucedía en la Iglesia, París, Roma y Madrid organizaron el espectáculo del poder. Amplios espacios fueron acondicionados para los fastos de los soberanos, cuyas estatuas ecuestres dominaban el centro de espectaculares plazas.
Estas alegorías monumentales del poder se inauguraban con fastuosas celebraciones. Esas eran las ocasiones para que los escultores, que debían concebir monumentos efímeros, experimentaran novedosas soluciones.
Todo era movimiento en este siglo, en el que los artistas circulaban a lo largo de un eje norte-sur: Ámsterdam, Amberes, París, Roma, Nápoles. El flamenco Van den Bogaert adoptó el nombre de Desjardins en Roma; el francés Duquesnoy fue durante un tiempo rival de Bernini, artista adulado en el siglo y recibido triunfalmente en París en 1665, cuando ya contaba con 67 años.
Pequeños bronces salidos de los talleres florentinos, especialmente del de Juan de Bolonia, difundían rápidamente las imágenes de las grandes creaciones contemporáneas.
En España, durante la Semana Santa, se llevaban en procesión escenas realistas talladas en madera policromada, los «pasos». Estas habían sido realizadas por los más grandes maestros escultores, como Gregorio Fernández y Churriguera.
En las iglesias, las obras parecían flotar. Sus materiales (piedra, bronce, vidrio, mármoles polícromos) ofrecen dinámicas combinaciones, favorecidas por la distribución de la luz.
Las texturas de Algardi o Bernini palpitan y los mármoles de Pierre Puget tiemblan. A lo largo de dinámicas oblicuas, la obra esculpida barroca se lanza con fogosidad hacia el más allá en un vuelo de drapeados.
Esculturas Barrocas famosas
Éxtasis de Santa Teresa. Bernini, 1647-1652. Santa María della Vittoria, Roma.
Magistralmente puesta en escena en un decorado de mármol verde y bronce dorado, santa Teresa parece flotar ingrávida en un espacio que se abre para acogerla. Sobre la tosca piedra, una masa de ropajes arremolinados parece arrastrar a la santa en su caída. El ángel tan solo sostiene a santa Teresa de un pliegue, quien se abandona al éxtasis.
Santa Teresa está representada en un estado de total abandono. El erotismo espiritual que emana del movimiento del cuerpo y del alma supera los límites del decoro e impone una nueva concepción del individuo, que ya no se caracteriza por el dominio de sí mismo, como en el Renacimiento, sino por la forma singular de abandonarse a las fuerzas místicas, o a las de las pasiones, que lo invaden.
Fuete de los cuatro ríos. Bernini. 1648-1651. Piazza Navona, Roma.
Representa el triunfo de la Iglesia. Juanto a la arquitectura y al urbanismo, la escultura del siglo XVII fue el arte que proporcionó al poder absoluto su forma más eficaz.
Esta obra simbólica fue encargada por el papa Urbano VIII con el fin de proclamar el imperio universal de la Iglesia. Los cuatro ríos, el Danubio, el Ganges, el Nilo y el Río de la Plata, simbolizan los continentes sobre los cuales la Iglesia extendía su poder.
Bernini elevó una pirámide espigada coronada por una cruz, a modo de señal en el cielo. Combinó con destreza elementos naturales, trozos que imitan la naturaleza y alegorías.
En el centro del espejo de agua, una roca de travertino se curva en saltos por los que fluye el agua; una palmera doblada por el viento y un león sorprendido bebiendo; los ríos están personificados por cuerpos de mármol, fluidos o robustos, suspendidos en un equilibrio imposible.
Perseo liberando a Andrómeda. Pierre Puget. 1679-1684. Museo del Louvre.
El tema, a la antigua, está tratado con un virtuosismo que juega con los contrastes dentro de una dinámica barroca, aun cuando el episodio de la liberación induce a un estilo más sosegado. La obra fue concebida para ser colocada en Versalles contra una pared vegetal.
La forma femenina destacaba su mármol pulido en la luz, protegida por la sombra del cuerpo masculino, sólido comomla roca, con la que comparte el material más rugoso.
El arte de Puget produce un equilibrio único entre la libertad de la imaginación y la necesidad de la disciplina.