Nicolas Poussin ha encarnado para muchos la quintaesencia de la pintura clásica francesa. En su obra se manifiesta una de las problemáticas centrales del arte del siglo XVII: la disputa entre el dibujo y el color.
Biografía y obras de Nicolás Poussin
Personaje apartado del mundo artístico, pintor sin taller, anticipó una pintura de la proporción y de la tensión moral. Su obra atípica, próxima a la filosofía estoica y al arte de la tragedia, intentó explorar todos los géneros mediante rigurosas composiciones, cercanas a una reflexión puramente intelectual.
Tras un difícil comienzo en Francia, Nicolás Poussin viajó a Roma, donde, bajo la protección del cardenal Barberini y del mecenas Cassiano dal Pozzo, fue admitido en 1631 en la prestigiosa Academia de San Lucas, donde desarrolló una carrera ejemplar.
Sin embargo, los insistentes recados de Richelieu lo hicieron retornar a París. No obstante, los encargos decorativos, como la Gran Galería del Louvre, lo aburrieron tanto que volvió a Roma, donde residió hasta su muerte, alejado de las obligaciones protocolarias.
Para Poussin la pintura constituía una actividad absolutamente intelectual. En esto se asemejaba a la poesía, y podía compararse a un texto con su vocabulario y su gramática.
Así, Poussin invitaba a sus lectores (espectadores) a considerar sus cuadros del siguiente modo: «lean la historia y el cuadro con el fin de saber si cada cosa es la apropiada» (carta a Chantelou de 1639).
Apoyadas en una erudición visual en la que se combinan el recuerdo de los decorados antiguos, las composiciones clásicas de Rafael y los colores poéticos de Tiziano, las pinturas de Poussin buscaban ante todo el equilibrio y la armonía. Una composición clara permite facilitar las proporciones correctas a las diferentes partes, y distinguir bien a los protagonistas de la alegoría general.
TENSION ENTRE LOS CANONES DEL DIBUJO Y DEL COLOR. POUSSIN CONTRA RUBENS
La figura de Poussin se halló en el centro de la disputa entre el dibujo y el color. Los poussinistas, como Philippe de Champagne, afirmaban la superioridad del dibujo sobre el color y consideraban a Nicolás Poussin un modelo insuperable.
En efecto, el dibujo obedece a reglas cuantificables que se pueden interpretar fácilmente, como la proporción y la anatomía. Este concepto, ligado esencialmente a la ilustración de la historia y a la primacía de la pintura narrativa, satisfacía las exigencias teóricas de la recién creada Academia Real de pintura y escultura.
Para la Academia, el color no era sino una bella y superficial apariencia. Por su lado, los partidarios de Rubens, como Rogers de Piles, admiradores de los pintores flamencos y venecianos, identificaban el color con la pintura misma.
Para ellos, el color simbolizaba el esplendor de la pintura, y la figura de Nicolás Poussin encarnaba sus críticas contra un dibujo insípido, triste y carente de vida. Pero la obra de Poussin escapa de esta oposición simplista.
Su búsqueda de claridad y su atracción por la luz veneciana constituyeron dos facetas inseparables de su obra. La amplitud de sus composiciones, la severidad de su sistema de perspectiva y el carácter melancólico y misterioso de sus temas otorgan a su obra una dimensión más matizada y ambigua.
Las lecciones de Nicolás Poussin fueron ignoradas por un siglo de representaciones más livianas. Con posterioridad, Ingres, Cézanne y Picasso, entre otros, redescubrieron su rigor y densidad. Lejos del cliché de «pintor del clasicismo francés», estos artistas reconocieron en él a un precursor que hizo del cuadro un espacio reflexivo autónomo.