Frans Hals es el retratista por excelencia. Pero también es algo más que un pintor de retratos.
Puso la fuerza y libertad de su pincelada, gracias a la cual sus modelos son representados con una inmediatez y vivacidad totalmente inauditas en su tiempo, al servicio del entusiasmo, el orgullo y la tenacidad de las gentes que forjaron la independencia de Holanda.
En sus pinturas, más incluso que Rembrandt, Frans Hals muestra el orgullo de una nación que acaba de liberarse de la poderosa España, con unos ideales recién creados y unos valores del todo diferentes a los de la antigua metrópolis.
El hijo primogénito de Franchois Hals, maestro tejedor de Malinas, y de Adriana van Geertenryck, nació en Amberes. Probablemente la familia Hals huyó de los Países Bajos del sur a los del norte tras la ocupación española de Amberes de 1585.
Tras la ruptura con España, y a lo largo del siglo XVII, la República de las Provincias Unidas (Holanda) se convirtió en uno de los estados más poderosos de Europa.
A ello contribuyeron diversos factores, como las buenas infraestructuras urbanas y una situación privilegiada que facilitaba cualquier tipo de comercio. Entre estos factores no puede olvidarse la emigración de gentes del sur al norte, gentes que como Karel van Mander, el maestro de Frans Hals, y la propia familia de éste, emprendieron el camino en busca de una mayor libertad tanto religiosa como política.
Burgueses, comerciantes y artistas del sur vieron en el norte un mercado para poder desarrollar sus actividades, y allí fueron enriqueciendo todavía más las ciudades de la República en detrimento de las del sur, que continuaron durante décadas sometidas al férreo dominio español.
Los Países Bajos del norte y del sur fraguaron dos conceptos de realidad muy diferentes, tanto en lo religioso, lo político y lo económico, como en lo cultural y artístico, una diferencia que puede ejemplificarse en Frans Hals y Rubens.
El primero es el gran pintor, desbordante pero a la vez austero, del nuevo estado holandés -en el que el mecenazgo de la corte y de la Iglesia es prácticamente nulo- y, sobre todo, de sus gentes. Rubens es el sin igual intérprete barroco de las grandiosas, retóricas y glorificadoras representaciones religiosas, mitológicas y cortesanas.
En Haarlem, ciudad rica y bulliciosa, gobernada por los burgueses y dominada por la libertad religiosa y política, se forjó la personalidad artística de Frans Hals al lado de Karel van Mandel, el cual no dejó, sin embargo, ninguna huella pictórica clara en su discípulo.
En 1611 está fechada su obra más temprana, el «Retrato de Jacobus Zaffius» (Frans Halsmuseum de Haarlem). De 1612 a 1624 Hals forma parte de la milicia cívica de san Jorge, lo que pudo favorecer su elección para representar el banquete de los oficiales de dicha milicia (1616, mismo museo anterior), obra que le convierte en el pintor por excelencia de retratos corporativos de la ciudad, como lo muestra el hecho de que vuelve a pintar la milicia cívica de san Jorge en otras dos ocasiones (1627 y 1639), y haga lo propio con la de san Adrián (1627 y 1633).
Entrando en la década de los veinte, la técnica de Hals se depura, su pincelada se torna más suelta, corta y definitoria, y su paleta más clara y luminosa. Pertenecen a este período «La pareja en el jardín» (1622, Rijksmuseum, Ámsterdam), «Retrato del caballero sonriente» (1624, Wallace Collection, Londres), «Retrato de Willem van Heythuysen» (1625, Alte Pinakothek, Munich), y el «Retrato de Abrahamsz Massa» (1626, Art Gallery of Ontario).
Pictóricamente, el período más fructífero de Frans Hals es el correspondiente al segundo cuarto del siglo XVII, veinticinco años durante los cuales recibe abundantes encargos, tanto particulares como públicos, y en los que incluso es llamado a Amsterdam para llevar a cabo un importante retrato colectivo, el de la Compañía del capitán Reynier Reael y del teniente Cornelis Michielsz, también llamado «La Flaca Compañía» (1633, Rijksmuseum).
En este período de plenitud, Hals empieza a cultivar la pintura de género, con escenas en las que niños sonriendo o jóvenes bebiendo, fumando o tocando instrumentos musicales son representados de manera individual, de medio cuerpo y sobre fondos neutros, constituyendo todo un universo de actitudes cotidianas.
Algunos ejemplos serían «Bufón tocando un laúd» (1623, Museo del Louvre), «Muchacho sonriendo con una flauta» (1623-1625, Gemaldegalerie, Berlín), «Joven fumador» (1623-1624, MOMA), y «El alegre bebedor» (1628-1630, Rijksmuseum).
La influencia de Caravaggio, tamizada a través de pintores caravaggistas como los establecidos en Utrecht (Dirck van Baburen o Ter Brugghen), da por resultado las vivaces caracterizaciones de losmpersonajes populares de Frans Hals, los cuales se muestran con gesto espontáneo, como si hubiesen sido captados por el pintor por sorpresa, y sin ningún atisbo de afectación, características que adquieren su más perfecta expresión en obras como «La gitanilla» (1628-1630, Museo del Louvre), y «Malle Babe» (1633-1635, Gemaldegalerie, Berlín).
En la década de los cuarenta su pintura se vuelve más grave, las poses de sus modelos más estáticas y sus composiciones se impregnan de una severa melancolía y una densa armósfera ambiental. Algunos lienzos de este período son «Los regentes del asilo de santa Isabel en Haarlem» (1641, Frans Halsmuseum), y el «Retrato de René Descartes» (1649, Statens Museum for Kunst, Copenhague).
En la última etapa de Frans Hals, ya anciano, se advierte un marcado cambio que afecta tanto a los tipos representados como a la manera de representarlos. Ahora sus personajes son viejos, como él, y tal vez por este motivo no hay distanciamiento ni caricaturización, sino inmediatez, simplicidad, sinceridad.
Hals pinta la senectud, y lo hace sin renunciar a la pincelada rápida y ágil, ni a los imprecisos contornos, de manera apagada y sombría.
Este lóbrego sentido de la realidad alcanza las más altas cotas en sus dos últimos retratos de grupo, los de «Regentes y regidoras del asilo de ancianos de Haarlem » (ambos de 1664, Frans Halsmuseum), en los que la teatralidad con la que representó en los años veinte y treinta a las milicias cívicas deja paso a unos taciturnos personajes que posan en el interior de unas desnudas estancias.
Son retratos conmovedores cargados de amargura y soledad, que translucen la vejez y la muerte que les acechan, y acecha también al pintor. Ninguno de ellos se comunica con el que tiene al lado, sólo parece haber tristeza y desazón en cada uno de ellos; aunque el retrato sea de un grupo, no existe grupo, sólo individuos ante su destino.