San Jenaro saliendo ileso del horno – Ribera

1646, óleo sobre lienzo,  320 x 200 cms, Capilla del Tesoro de san Jenaro, catedral de Nápoles.

Comentario de la obra «San Jenaro saliendo ileso del Horno» de José de Ribera

Fue encargado a Ribera por la Diputación del Tesoro de San Gennaro en mayo de 1641,  al morir Domenichino, que había dejado sin terminar la decoración de la Capilla del Tesoro de la catedral napolitana.

El quince de octubre del mismo año el español recibió un anticipo de cuatrocientos ducados sobre la suma total, que se liquidaría a la entrega  de la obra. En relación con el pago de ésta hay un interesante testimonio de la generosidad del artista. 

En septiembre de 1647, tras considerar todos los elementos de la composición, Jusepe había estimado su precio en casi mil quinientos ducados. A pesar de ello se contentó con mil cuatrocientos diciendo que «lo que más valiese o fuese el valor y precio de dicho cuadro y pintura sea en beneficio de dicho glorioso santo».

Se muestra un episodio de la vida del santo; san Jenaro, habiendo ido a Nola para difundir la doctrina cristiana, chocó con Timoteo, representante del emperador Diocleciano, que lo mandó asesinar.

Tras haber intentado en vano hacerlo acuchillar,  Timoteo mandó preparar  en la plaza un horno ardiente, pero las llamas abrasaron a muchos de los presentes, dejando incólume a Jenaro, que según la «Pasión Vaaticana» fue «acariciado» por las llamas sin experimentar ningún dolor.

El santo, con una soga en torno a la preciosista capa pluvial,  salió del horno; la reacción que el milagro causa entre los presentes es un torbellino dinámico de gestos y emociones diversas.

Para la composición, Ribera se sirvió quizá de un dibujo de Domenichino; se ha visto otra relación con la pintura emiliana en la figura tendida del primer plano, que presenta afinidades con un personaje de la «Conversión de san Pablo» de Ludovico Carracci (Pinacoteca Nazionale de Bolonia).

Si el español se había medido ya antes con el clasicismo boloñés, ahora el diálogo con aquellos modelos resultaba ser una necesidad, ya que el espacio que acogería el cuadro había sido decorado al fresco por Domenichino.