1622, pintura sobre tela, (National Gallery of Art de Washington).
En su período italiano, y tras pasar por Génova, Roma, Florencia, Bolonia, Venecia, Padua, Mantua y Milán, van Dyck volvió a Génova en 1622, donde estudió los imponentes retratos que Rubens había pintado allí en 1606.
Adoptó uno de ellos, el de la marquesa Brigida Spinola Doria (National Gallery of Art de Washington) para su representación de Elena Grimaldi Cattaneo (National Gallery of Art de Washington).
Con su mirada dirigida hacia el espectador, y acentuada su altura aparente por las grandes columnas corintias que se levantan detrás de ella, Elena Grimaldi tiene delicadamente asida la prenda negra que cubre su vestido, mientras sostiene con la mano derecha una ramita con flores de naranjo, un símbolo tradicional de castidad.
La forma circular y el vívido color del parasol rojo sostenido por el criado negro desplazan la atención hasta el rostro de la marquesa, que se distingue por sus refinadas facciones.
El porte aristocrático de Elena Grimaldi se ve, además , enaltecido por sus bellas proporciones, que van Dyck supo destacar a través de los ondeantes contornos de su vestido, el bajo punto focal y el estrecho formato del lienzo.
Aunque van Dyck ha adoptado el formato vertical, la pose de pie y el encuadre austero y simbólico del retrato de Spinola Doria pintado por Rubens, ha suavizado la imagen para hacer su carácter más natural y más femenino.
La marquesa camina por la terraza de su palacio, preparándose para dar un paseo por el campo. La ingeniosa solución de van Dyck no sólo refuerza la sensación del status aristocrático de la marquesa, sino que también enfatiza la naturaleza instantánea de su pose.
El pintor tenía un don innato para capturar la gracia de una aristócrata como Elena Grimaldi. En buena parte por la extraordinaria seguridad de su pincelada y la fluidez de sus formas, van Dyck convence al espectador de la propiedad de sus caracterizaciones.
En realidad, sin embargo, uno conoce muy poco o nada de la personalidad o ambiciones de la mayoría de sus modelos, especialmente de los que pintó en Génova.
Pero difícilmente podemos imaginarnos a esta marquesa con un aspecto que no sea elegante, o presentándose ante el mundo con algo menos que la dignidad y altivez que van Dyck le infundió en este retrato.