1635, pintura sobre tela, 272 x 212 cms, Museo del Louvre.
Al igual que con los retratos de la reina , los que van Dyck pintó de Carlos I crearon una perdurable imagen de la corte carolina como reino pacífico conducido con gracia y armonía.
No puede haber una mayor evidencia de los ideales del rey en cuanto a gobernar que el retrato, justamente famoso, de «Carlos I cazando», también conocido como «Le roi a la Chasse» (Museo del Louvre)
Habiendo desmontado de su caballo, el cual parece que le hace reverencia, Carlos demarca con seguridad la generosa tierra de la Inglaterra rural. Su bastón es un símbolo de su autoridad, tanto como lo es su cetro real.
Le acompaña el caballero cuidador, que atiende su caballo, y un paje, que lleva su capa. El rey viste calzones rojos y chaqueta de montar de satén blanco. Su pose erecta y despreocupada es animada por la airosa inclinación de su sombrero negro de piel de castor, el ángulo oblicuo de su espada colgada en diagonal y el guante de montar colgando de su mano derecha.
La fluida pintura representando un campo verde que se extiende hacia el mar testifica la sensibilidad de van Dyck para el paisaje, una sensibilidad igualmente presente en las evocadoras acuarelas que el artista pintó durante su estancia en Inglaterra.
El rey pudo haber encargado este original retrato para poner de manifiesto su prerrogativa real de imponer tributos a las tierras y a los astilleros, a fin de obtener ingresos para aliviar los costes de gobierno, una prerrogativa que fue intensamente criticada hacia la mitad de la década de 1630.
En efecto, pese a la idílica visión que presidía los retratos del rey y la reina pintados por van Dyck, existía otra realidad más dura que socavaba su régimen (a principios de la década siguiente estalló la guerra civil y, en 1649, el rey fue decapitado).