Hacia 1664, Óleo sobre lienzo, 40 x 36 cms, National Gallery de Washington.
La historia del cuadro está bien documentada, empezando por la subasta Dissius en 1696: fue comprada por el mismo coleccionista que se adjudicó «La lechera» y a continuación pasó por numerosas colecciones particulares hasta llegar a Estados Unidos en 1911. El último propietario lo donó a la galería de Washington.
En él, Vermeer representa a una mujer que tiene en equilibrio una balanza; en la mesa que hay ante ella aparecen joyeros y collares. La escena está iluminada por la luz difusa que filtra una cortina anaranjada; domina la pared del fondo una pintura del «Juicio final».
Este último elemento, junto con la presencia de las joyas y de la balanza, ha dado lugar a diversas interpretaciones alegóricas. Se ha creído, por ejemplo, que la mujer fuese una personificación de la «vanitas», es decir, de la caducidad de los bienes terrenales: el apego a las cosas materiales es contrario a los principios religiosos, evocados por la presencia del «Juicio final».
Los análisis radiográficos han revelado que los platillos de la balanza no contienen perlas sino que están vacíos. Se ha supuesto que la escena constituye un llamamiento a la templanza: la mujer sopesa sus propias acciones con la misma severidad con la que Cristo juzga a los hombres.
El espejo que está frente a ella es una invitación al conocimiento de uno mismo. Se ha observado que un significado similar ofrecería referencias concretas a los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola (no hay que olvidar que la familia de su mujer era católica y que en la ciudad de Delft había una importante comunidad jesuítica).
Este tema fue pintado también por Pieter de Hooch; parece probado que su cuadro sirvió de inspiración a Vermeer, quien modificó su atmósfera y su significado.