El carácter severo y geométrico que domina la composición de Andrómaca llorando a Héctor se intensifica en la obra que consagró a David, el Juramento de los Horacios (1784-1785, Museo del Louvre, París), ejecutada para Luis XVI a través de la mediación del conde d’Angivillier.
Comentario y análisis de la obra «El juramento de los Horacios» de Jacques-Louis David
El pintor quiso llevar a término tan importante encargo en una «atmósfera antigua», para lo cual, patrocinado por Pécoul, volvió a Roma. David representó el instante en que los tres Horacios juran a su padre, que les ofrece las armas, luchar hasta la muerte para derrotar a los hermanos Curiáceos en el combate que habría de decidir el destino de Roma.
El episodio, que no figura en ninguna fuente literaria antigua ni tampoco en el Horace (1640) de Pierre Corneille, deriva de la Histoire romaine de Rollin. Las tensas figuras de los Horacios, presentadas de perfil y con los brazos extendidos hacia las espadas que levanta el anciano Horacio, contrastan con el sinuoso grupo que forman sus dos apesadumbradas hermanas y la nodriza que cubre con su manto a dos criaturas.
Las mujeres parecen intuir el triste final de la heroica hazaña, relatado por Tito Livio, Plutarco y Corneille: el único Horacio superviviente, lleno de ardor patriótico, asesina a su hermana Camila cuando la encuentra llorando la muerte de su prometido y rival de los Horacios, en tanto que el padre, anteponiendo el amor por la patria al que siente por su propia hija, defiende públicamente D al fratricida y logra su absolución ante la asamblea romana.
La armonía que se establece entre la narración y las actitudes y los gestos de los personajes, la eliminación de todo tipo de anecdotismo y emotividad, la austeridad de la arquitectura del fondo y la concentración de manos y espadas en el centro de la composición otorgan a la escena, dominada por colores suaves y una iluminación contrastada, una gran simplicidad.
Presentada en el Salón de 1785, recibió elogiosos comentarios, si bien algunos críticos se mostraron reacios a aceptar la ruptura con la manera académica patente en esta obra, que ha sido considerada el manifiesto del neoclasicismo.
El carácter neoclásico parece expresarse de nuevo en la Muerte de Sócrates (1787, Metropolitan Museum of Art, Nueva York), en la que el pintor resalta la fortaleza física y de espíritu del filósofo que, sentado en la cama, está a punto de coger la copa de cicuta que le acerca un abatido discípulo mientras pronuncia sus últimas palabras, y asimismo en los Lictores devolviendo a Bruto los cuerpos de sus hijos (1789, Museo del Louvre, París), pintada, al igual que el Juramento de los Horacios, para el rey.
Además de cultivar temas histórico-moralizantes, David realizó numerosos retratos antes del estallido de la Revolución Francesa. A los de miembros de su familia, como el retrato de su tío el arquitecto Jacques-François Desmaisons (1782, The Albright-Knox Art Gallery, Buffalo), y el de sus afables suegros Charles-Pierre y Geneviève- Jacqueline Pécoul (1784, ambos en el Museo del Louvre, París), hay que añadir el retrato del refinado conde polaco Stanislaw Potocki montado a caballo (1781, Muzeum Narodowe, Varsovia), y el de Antoine-Laurent de Lavoisier y su esposa con instrumentos de química (1788, Metropolitan Museum of Art, Nueva York).
La pintura mitológica también captó su atención, como lo patentizan los Amores de Paris y Helena (1788, Museo del Louvre, París), obra encargada por el conde d’Artois, futuro Carlos X.